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Diccionario político de bolsillo

Ucronía. Género literario al que algunos llaman novela histórica alternativa. El escritor intenta imaginar, de la forma más real posible, cómo habría evolucionado la historia a partir de acontecimientos no sucedidos, pero que habrían podido suceder (los nazis ganaron la II Guerra Mundial, la Armada Invencible derrotó a Inglaterra,…). La ucronía está de moda en política. Muchos gobernantes hilan sus relatos públicos a partir de un hecho (punto Jonbar en la jerga literaria) que ocurrió de forma totalmente diferente a como lo vivieron el resto de los mortales. Es un recurso habitual para explicar presuntos casos de corrupción, la marcha de grandes proyectos y en general para justificar el pasado y el presente al hacer balance.
‘Pensamiento Alicia’. El filósofo Gustavo Bueno acuñó este término para referirse al ‘optimismo antropológico’ de Zapatero, esa actitud que le llevó a pensar, en los inicios de la crisis, que estábamos a un paso de la ‘champion league’ de la economía mundial. El ‘pensamiento Alicia’ (en el país de las Maravillas) es contagioso y hoy afecta a dirigentes de todo signo cuando dan plazos sobre el curso de proyectos complejos, hacen previsiones de ingresos en las arcas públicas o alardean de fórmulas imaginativas para problemas que siempre fracasan porque falta lo principal: el dinero. Como la ucronía, es síntoma de pérdida del sentido de la realidad.
‘Capitalismo de amigos’. Concepto utilizado en el reciente libro ‘El Dilema de España’ por el profesor Luis Garicano, de la London School of Economics, para referirse a un rasgo muy propio de nuestro sistema económico-político: el triunfo en los negocios de quienes tienen contactos y saben cómo hacer discretamente una contribución a la persona adecuada a cambio de una dádiva administrativa «en forma de central eléctrica, de autopista o de recalificación». Garicano habla del ‘capitalismo del palco del Bernabéu y del despacho de Bárcenas’, pero a escala local lo mismo da un restaurante en la huerta que una estancia oficial o un yate amarrado a puerto.
‘Arrogancia epistémica’. Es la tendencia innata de los seres humanos a asumir que podemos encauzar asuntos en los que claramente no tenemos ninguna influencia. Es habitual en políticos que se ufanan de tener todas las claves y el control de temas espinosos, aunque carecen de una respuesta preparada si estallan de improviso. El resultado es que los problemas siempre pillan con el pie cambiado.
‘Conspiranoia’. Otro rasgo muy humano. La culpa siempre es de los demás, que tienen intenciones aviesas. Se buscan todo tipo de explicaciones autoexculpatorias y se tejen absurdas teorías para explicar, a uno mismo y a los demás, tanta crítica gratuita a quien tanto se vuelca en el servicio público. Cuando se entra en esa fase delirante, generalmente ya no hay remedio. Muy propio de políticos refractarios al escrutinio y cortos de luces. Ojo, los palmeros pueden ser un bálsamo, pero agudizan los síntomas.

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