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Votar para hacer Europa

Cuando Ortega acuñó su célebre cita ‘España es el problema, Europa la solución’, sintetizó el sentir político de una lúcida generación de pensadores y políticos (Azaña, Madariaga, Besteiro…) que veían en el europeísmo la única oportunidad para la modernización y el progreso de nuestro país. De forma siempre atinada, el sociólogo Emilio Lamo de Espinosa recuerda que esta idea germinó tras la muerte de Franco, pero con la particularidad de que nuestro europeísmo siempre fue de venida, nunca de ida. En otras palabras, queríamos que Europa viniera a nosotros para salvarnos de nuestro secular atraso, pero sin ninguna vocación de proyectarnos hacia el exterior. Pretendíamos «ser Europa»,  más que «hacer Europa». Con nuestra incorporación a la UE, dimos un primer paso significativo hacia la normalización. Empezamos a encajar y a participar. Sin embargo, aún hay un poso importante de ese europeísmo introspectivo y unidireccional. Y eso en parte explica por qué durante la campaña el debate partidista derivó hacia asuntos domésticos, orillando lo que está en juego en esta cita y acentuando así la indiferencia de una ciudadanía distanciada de las instituciones comunitarias. Si no fallan los sondeos es muy probable que veamos hoy una gran abstención en las urnas. Al desafecto hacia la clase política se suma una dura gestión de la crisis desde Bruselas, muy cuestionada además por su burocracia, complicada gobernanza y sus estrategias controvertidas en algunos asuntos públicos. Pero abstenerse de acudir a las urnas supone una renuncia al que sigue siendo el proyecto político más exitoso de la historia contemporánea, la construcción de la Europa de los ciudadanos. Si ha existido una abdicación de los valores que inspiraron la construcción europea, este es el momento de recuperarlos democráticamente y no de dejar en manos de totalitarios y xenófobos esa oportunidad largamente buscada para dinamitar el edificio común. Ha sido la presencia activa en los espacios de decisión de la UE lo que nos ha permitido mejorar las infraestructuras, proteger el medio ambiente, velar por la competitividad y la seguridad jurídica, defender los derechos humanos allí donde estén amenazados, proteger a los consumidores frente a los abusos, avanzar en ciencia y tecnología, y enviar con becas a nuestros hijos para que puedan completar su formación en Berlín, Londres o Amsterdam. Optar por la pasividad, por limitarnos a «ser Europa», significa asumir todos los deberes que comporta nuestra pertenencia a la UE y abdicar de la posibilidad de defender los intereses de España y del derecho a que cada una de nuestras opiniones sean oídas. Todas las opciones son legítimas (abstenerse o votar, incluido en blanco), pero, a mi juicio, no todas son igual de inteligentes y responsables. Podemos mirar hacia otro lado, pero eso no cambiará el enorme peso de lo que se decide en el Europarlamento sobre nuestras vidas. Hacer Europa es hacer Región, y viceversa.

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