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'Novo Descartes'

El mundo moderno comenzó el 10 de noviembre de 1619 con varias pesadillas y una revelación. Esa noche, René Descartes se refugió del frío de Baviera junto a una estufa en la esquina de una habitación. Se quedó dormido y tuvo tres sueños. Los dos primeros fueron aterradores, pero el tercero resultó inspirador. Sobre una mesa había un libro de poesía y en su sueño Descartes lo abría, encontrando por azar un verso en latín de Ausonio: ‘Quod vitae sectabor iter’ (¿Qué senda tomaré en la vida?). Esa visión le inspiró un cambio vital que desembocó 18 años después en el ‘Discurso del método’, el hito que marca el inicio del predominio de la razón en la búsqueda de la verdad. Como Descartes, el PP se ha quedado dormido y alterna sueños placenteros, al calor de la incipiente recuperación económica, con pesadillas como la del caso ‘Novo Carthago’, donde en lugar de un poemario aparece un sumario en el que se imputa delitos de prevaricación a tres consejeros de gobiernos de Valcárcel. Lo último no es un desvarío onírico sino un problema real que le obliga a plantearse qué senda tomar. Lo sensato sería analizar la situación racionalmente. Seguir las cuatro reglas cartesianas a partir de las evidencias que están sobre la mesa y luego actuar con responsabilidad, pensando en el interés general. Pero parece que ese no será el camino. Ortega estaba en lo cierto cuando, tras su paso por el Parlamento, aseveró que el carácter del político se caracteriza por una gran inconsciencia. No suele prever las consecuencias de sus actos y da por hecho que el futuro peligroso, a veces con toda evidencia catastrófico, no gravita sobre él. Más que valientes, los políticos son audaces, dijo el filósofo, y «la audacia es en un 50% inconsciencia y sonambulismo». Buena prueba de que Ortega atinaba es el relato de hechos del juez sobre el proceso para recalificar como urbanizable el terreno protegido del saladar de Lo Poyo. Su último auto tiene algún pasaje sobrecogedor y múltiples lecturas. Si se examina la más benevolente, uno se tropieza con tanta inconsciencia y sonambulismo al enfrentarse a los límites fijados por la normativa estatal y regional que solo es explicable por un interés político mayúsculo en las cimas de la Administración regional y local. Lo preocupante es que el distanciamiento de la realidad perdura en un PP en estado de duermevela y que hace como que no oye el despertador de los nuevos tiempos de la ejemplaridad y la recuperación del crédito político. Prefiere enrocarse en el irracional delirio de que todo es un contubernio en su contra de fiscales, jueces, dirigentes de la oposición y periodistas, en lugar de gestionar las consecuencias políticas de una investigación del TSJ que debe llegar con celeridad hasta el final para aclarar si se vulneró, y por qué, la Ley. Lo contrario nos llevaría a la anomia. Presiento que cualquiera que sea el desenlace, el mundo de la sinrazón se abrió definitivamente paso, en algunos, el 24 de junio de 2014.

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