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Telecracia

El auge de la televisión como puro entretenimiento ha dejado sin soporte al mercado de las ideas mientras nuestros líderes se suman a la banalidad catódica para pescar votos donde mejor funciona lo simple y lo demagógico

Un día después de que Rajoy llevara una empanada a la cocina de Bertín Osborne, de las ‘cocinas’ del Centro de Investigaciones Sociológicas salía otra empanada de cuatro ingredientes básicos que, como es natural, gustó más a unos que a otros contendientes del 20D. Esté bien hecha o no la encuesta electoral, ya no hay duda de que el bipartidismo dará paso a un escenario de cuatro fuerzas en el que se precisarán pactos parlamentarios para gobernar. En realidad, esto último no es una novedad. Varios gobiernos ocuparon La Moncloa apoyándose en acuerdos, estables u ocasionales, con los nacionalistas vascos y catalanes. Lo realmente novedoso de esta cita con las urnas es la forma en que los líderes políticos se han lanzado a través de la televisión a la conquista del 22% de indecisos. Siempre fueron habituales en campaña las estampas de ‘políticos haciendo cosas’, ya sea montando en bici o alimentando corderitos, pero el aluvión de candidatos tocando la guitarra, haciendo zumos o bailando coreografías en ‘prime time’ está enterrando aquel ‘programa, programa, programa’ que repetía Anguita. Si la banalidad catódica es lo que gusta a las masas, mejor apuntarse a ella para pescar votos, pensarán. Solo el plácido encuentro entre el presidente y Bertín de la noche del miércoles reunió a 4,3 millones de espectadores. Así que de aquí al 20D habrá más programa, programa, programa, de tv, para diluir mensajes de contenido político, ganarse la confianza de los indecisos y mostrar la cara más amable de los candidatos en un envoltorio de puro entretenimiento.

Lo que vivimos hoy como novedad lleva ocurriendo décadas en Estados Unidos, donde la televisión superó en 1963 por primera vez a los periódicos en audiencias. Esa victoria del imperio de la televisión sobre la república de las letras supuso mucho más que la sustitución de un medio por el otro. Lo explica con solvencia Al Gore, aquel vicepresidente de EE UU con Clinton que perdió la carrera por la Casa Blanca contra Bush. Gore hizo su tesis doctoral sobre la influencia de la televisión en los tres poderes públicos y escribió años después un interesante libro ‘El ataque contra la razón’ en el que aborda los efectos de este medio en la política. Su visión no es muy positiva. El nacimiento de la democracia estadounidense se basó en la estrecha ligazón entre democracia, razón y letra impresa, que aseguraba una ciudadanía bien informada, capaz de gobernarse y defender la libertad de los individuos. Pero ahora, para bien o para mal, «nos apoyamos mucho más en imágenes electrónicas capaces de provocar reacciones emotivas que pocas veces exigen reflexión», decía. En su clásica obra ‘Cómo se vende a un presidente’, el escritor Joe McGinniss reveló la estrategia televisiva de los asesores de Richard Nixon en 1968. «Razonar requiere un alto grado de disciplina y concentración. La razón atosiga al televidente. Por el contrario, las emociones se despiertan más fácilmente y son más dúctiles», reflexionaba William Gavin, uno de los principales asesores de Nixon.

Con el tiempo, el auge de la televisión como puro entretenimiento ha dejado sin soporte al mercado de las ideas. Y los músculos mentales de la democracia han empezado a atrofiarse. «El valor y la validez de las propuestas políticas son ahora irrelevantes comparado con las campañas publicitarias basadas en imágenes que se utilizan para conformar la opinión de los votantes», señalaba Gore. La ciudadanía bien informada corre el riesgo de convertirse en la ciudadanía bien conformada. En EE UU y en España. Con la diferencia de que Barack Obama puede acudir a un ‘late show’ televisivo, pero no deja de comparecer a la mañana siguiente ante la prensa para someterse a un implacable escrutinio. No esperemos pues muchos argumentos razonados en esta campaña. Lo simple y lo demagógico funcionan mejor en televisión. La confianza en los programas electorales se derrumbó con tanto incumplimiento y un gran número de españoles indecisos se disponen a votar en función de percepciones personales. Atentos pues a la pantalla.

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