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La desaladora y los 'elefantes blancos'

Los reyes de Siam tenían por costumbre regalar un elefante blanco a sus súbditos menos queridos. Como eran sagrados en la antigua Tailandia, el obsequio no podía rechazarse y el receptor de la dádiva solía meterse en problemas económicos porque debía alimentar al animal y dejar que el pueblo acudiera a venerarlo. En la actualidad, los economistas llaman ‘elefantes blancos’ a las grandes obras de incierta utilidad y altos costes de mantenimiento y operación que nos regalan los políticos y acaban convirtiéndose en una pesada carga social. «Los españoles debemos ser malos súbditos porque los bajos tipos de interés, la burbuja inmobiliaria y sus superavits fiscales nos dejaron una gran cantidad de ‘elefantes blancos’», dicen los profesores Juan José Ganuza y Fernando Gómez, de la Universidad Pompeu Fabra. La Ciudad de la Cultura de Galicia, los aeropuertos sin aviones, las radiales de entrada a Madrid y otras autovías de pago… son nuestros animales sagrados. Por distintos motivos, el aeropuerto de Corvera y la desaladora de Escombreras son los ‘elefantes blancos’ de Murcia. Y lo seguirán siendo durante un tiempo, o puede que indefinidamente, si no se adoptan las decisiones correctas.

La planta de Escombreras está bajo la lupa de una comisión política en la Asamblea Regional y tiene otros cuatro frentes de investigación tanto en varios juzgados como en la Fiscalía. Al margen de las posibles responsabilidades políticas, penales y contables de tan ruinoso negocio para las arcas de la Comunidad, en la comisión de investigación creada en la Asamblea empieza a completarse un rompecabezas gracias al protagonismo cobrado por los responsables de la Intervención y los Servicios Jurídicos de la Comunidad. Los conocidos informes de los funcionarios, unidos a los del Tribunal de Cuentas, ya fueron suficientemente reveladores sobre los múltiples riesgos financieros asumidos por el Gobierno regional y sobre el daño económico generado a las arcas públicas. Como cabía esperar, estando en la antesala de unas elecciones, el caso de la desaladora se ha politizado. De modo que si después de oír a los técnicos y jurídicos de la Comunidad persisten dudas, aparquemos por un momento a los políticos y veamos qué dicen los economistas al respecto. En un estudio publicado en la revista especializada ‘Auditoria Pública’, el profesor José Francisco Bellod Redondo, de la UPCT, hizo en 2015 un análisis clarificador. «El Gobierno regional asumió un proyecto privado pre-existente sin cumplir con algunos requisitos que en el ámbito de los proyectos público-privados se consideran muy aconsejables tanto para evitar ‘elefantes blancos’ como para protegerse de ‘lobbies’ que buscan ‘capturar rentas’ del Estado». Ni se realizó una evaluación previa de idoneidad por un organismo independiente ni se hizo una selección competitiva de los socios del proyecto. El resultado -dice Bellod- fue la construcción de un proyecto sobredimensionado, con un coste de producción de agua desalada muy elevado debido tanto a la imposibilidad de aprovechar las economías de escala (la producción nunca alcanzó el 15% de su capacidad) como por el lastre que supone el oneroso contrato de arrendamiento financiero mediante el que se construyó la infraestructura». El diagnóstico no puede ser más claro: la desaladora es todo un ejemplo de cómo una asociación público-privada puede estar abocada al fracaso por su mal diseño inicial.

La planta de Escombreras fue la respuesta del Gobierno regional a la política de la ministra Narbona, que obligaba a solicitar permisos a la Confederación Hidrográfica del Segura para autorizar nuevos planeamientos urbanísticos. El Ejecutivo de Valcárcel entendía que el Gobierno central le negaba el agua a la Región para su desarrollo y actuó. Quiso garantizar la legalidad del proyecto, desde la ley del Ente Público del Agua (EPA) al entramado societario público-privado, y contrató a un prestigioso despacho de abogados de Madrid. Pero se dejó a un lado a los Servicios Jurídicos, que habrían podido advertir de los riesgos financieros para la Comunidad, y se contrató a una empresa, en lugar de a un organismo independiente, para escrutar la operación desde el punto de vista financiero, lo que aumentó el riesgo de despilfarro para la hacienda pública regional. El exgerente del Ente Público del Agua (EPA), Amalio Garrido, acompañado de su abogado, se exculpó el pasado miércoles en la Asamblea: el diseño le vino dado. Y luego leyó un acta del EPA en el que el exconsejero Cerdá dejó claro que era «un proyecto del presidente» Valcárcel. ¿Por qué poner todo en manos de un despacho privado de abogados y no realizar todas las evaluaciones jurídicas y económicas pertinentes desde la Administración? Sencillamente porque había prisa. Existían planeamientos urbanísticos en el horizonte que podrían justificar la demanda futura de agua, pero ya había uno en marcha de especial interés político, Novo Carthago, cuyo sumario está congelado en un juzgado desde que salió hace un año del TSJ.

El profesor Ginés de Rus, de la Universidad de Las Palmas, escribía en 2010 en ‘El País’ una reflexión interesante sobre los ‘elefantes blancos’: «Al margen de su funcionalidad, las obras públicas de ingeniería civil combinan, peligrosamente, dos elementos: el primero, la creencia popular de cuanto más grande y de última tecnología mejor; el segundo, la presencia de un agente decisorio político sin responsabilidad económica por los errores que comete. Puede -dice Rus-, que el político pague sus equivocaciones con una reducción de la probabilidad de reelección, pero la larga vida de las infraestructuras, la dificultad de imputar los errores a negligencia o mala suerte, y la buena prensa que tiene la inversión en grandes obras de ingeniería suelen protegerle de las consecuencias sociales de sus malas decisiones». Acierta este catedrático de Economía Aplicada cuando dice que, sin un nuevo diseño institucional que haga políticamente rentable invertir en buenos proyectos, seguiremos haciendo «planes que no se cumplen, metodologías que no se aplican y artículos lamentándonos». El Gobierno de Pedro Antonio Sánchez heredó este ‘elefante blanco’ y, como ya no es posible decir que no costará un euro a los murcianos, ha ideado la teoría de la rentabilidad social de la planta (está al 80% de su capacidad y vende 17 hectómetros de los 20 posibles). Pero ese argumento no altera la realidad de los números: tal y como fue diseñada y estructurada, la planta siempre dará importantes pérdidas económicas que pagaremos todos. Algo más tendrá que hacer.

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