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Dos elecciones y un funeral

Parad los relojes y desconectad el teléfono, dadle un hueso jugoso al perro para que no ladre, haced callar a los pianos, tocad tambores con sordina, sacad el ataúd y llamad a las plañideras… El poema de W. H. Auden, que protagoniza una escena de la película británica ‘Cuatro bodas y un funeral’, se ha fundido en negro con la realidad. En la campaña electoral de 2015, el primer ministro David Cameron entregó a los euroescépticos de su partido un referéndum que nadie demandaba solo para que dejaran de ladrar. Y ahora media Gran Bretaña festeja el divorcio del ‘Brexit’ con la alegría propia de una boda, y la otra media lo llora con la pena de un funeral. Imagino la vergüenza que los soldados británicos que desembarcaron en Normandía para liberar a Europa del nazismo habrían sentido si hubieran oído a Nigel Farage, líder del Partido Independentista del Reino Unido, hablar de patriotismo y clamar tras el triunfo del ‘Brexit’: «Es la victoria de la gente real, la victoria de las personas decentes». Ahora que el desembarco en las playas europeas es de miles de víctimas de la guerra en Siria, el nuevo populismo, encarnado en el Reino Unido por un partido nacionalista y xenófobo, lo ha tenido muy fácil para que lo impensable hace un año se haya vuelto irreversible. Nadie podía imaginar que los británicos votarían a favor de salir de la UE, pero esto es lo que puede suceder cuando en las urnas predominan las emociones sobre el cálculo de pérdidas y ganancias y se produce una trágica concurrencia de líderes políticos irresponsables.

Cameron deja como legado un país más aislado y completamente dividido, generacional y territorialmente, con Escocia llamando de nuevo a las puertas de su independencia, por una consulta sobre una decisión trascendental que hubiera precisado de una mayoría cualificada, en lugar del lanzamiento de una moneda al aire. Las consecuencias para el Reino Unido y la UE son demoledoras. Todos perdemos. Se abre una peligrosa senda de deserciones de otros Estados miembros que ya está siendo alentada por la ultraderecha francesa y holandesa, mientras los líderes de la UE se muestran incapaces de resolver la crisis de desafecto hacia el proyecto europeo. No son pocas las incertidumbres para España y para una región exportadora y receptora de turistas como la nuestra.

Hoy, con la resaca del ‘Brexit’ y el horizonte europeo cargado de sombras, los españoles estamos llamados a votar por segunda vez en seis meses. Cada cual sacará conclusiones de lo ocurrido desde diciembre, hará balance de la legislatura, sopesará las últimas ofertas de la campaña, reflexionará sobre qué candidato le inspira más confianza y decidirá qué modelo de región y de país quiere para el futuro. Habrá quienes voten emocionalmente y quienes lo hagan analíticamente. Todas las motivaciones son legítimas y cada papeleta tiene el mismo valor. No conviene orillar uno de los recordatorios del ‘Brexit’: cada voto, vaya donde vaya, tiene sus consecuencias. Y son irreversibles hasta dentro de cuatro años, en condiciones normales de estabilidad democrática. El último fracaso en la formación del gobierno es responsabilidad directa de la clase política, pero el reparto de fuerzas es solo atribuible a la voluntad de los votantes. Nuestros políticos son el reflejo de lo que somos y de lo que queremos ser. Votar es una nueva oportunidad para marcar el rumbo de España y colmar nuestras aspiraciones personales y como Región. También es legítimo renunciar a esta toma de decisión colectiva, pero la autoexclusión solo sirve para que los demás decidan por cada uno de nosotros.

Los sondeos de las últimas semanas arrojan un resultado incierto. Se vislumbra una aritmética tan compleja o más que la observada en diciembre para la formación de gobierno. Pero la encuesta que vale, la auténtica y real, es la que hoy saldrá de las urnas. Esta vez, los líderes políticos españoles ya no podrán rehuir el máximo esfuerzo para lograr los pactos que conformen un gobierno. Volver a las líneas rojas, el ‘teatrillo’ y demás estrategias dilatorias para desembocar en una tercera vuelta supone por anticipado un escenario inadmisible para una ciudadanía que lleva dos años acudiendo a las urnas para comicios municipales, autonómicos y generales. España está necesitada de estabilidad política para dejar atrás la crisis y para llevar a cabo las reformas institucionales y de regeneración política que demanda una inmensa mayoría. Precisa de una política económica definida que inspire confianza y que sea predecible para que el mercado de trabajo acelere su reactivación. Necesita de acuerdos para solventar la crisis de nuestro modelo de financiación autonómica y encontrar soluciones a problemas estructurales para nuestra Región, como la ausencia de agua para sus campos. En juego hay demasiados asuntos relevantes como para plantearse abdicar del derecho a influir a través del voto. La suma de todos ellos pondrá sobre la mesa esta noche cuál es el deseo mayoritario de los españoles.

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