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La hipérbole veraz

Unos cruzan más que otros la frontera entre la verdad y la mentira, pero lo sustancial de este ‘momento populista’ es que hay sitio para todo el que quiera, sin importar de qué punto del espectro ideológico proceda

El 76 por ciento de las declaraciones de Donald Trump encierran algún grado de falsedad, según la prestigiosa web estadounidense ‘Politifacts’, especializada en comprobar la veracidad de las declaraciones de los políticos. Y, sin embargo, el millonario norteamericano llegó el primero en la carrera de las primarias del Partido Republicano, que acaba de designarlo como candidato para la presidencia del país donde la mentira fue, históricamente, un pecado imperdonable para la clase política. El ‘caso Lewinsky’ pasó factura a Bill Clinton no tanto por su infidelidad matrimonial como por faltar a la verdad en su declaración jurada. Años antes, en el caso ‘Watergate’, Richard Nixon perdió la Casa Blanca por mentir a la opinión pública, más que por ordenar y tolerar que se espiara al Partido Demócrata. ¿Cómo es posible entonces el auge imparable del empresario Donald Trump en el mundo de la política estadounidense? Las razones son múltiples y complejas, pero para centrarse exclusivamente en su persona hay dos factores destacables. La primera es que Trump, como lo ha bautizado la publicación especializada ‘Politico’, es el ‘Populista Perfecto’. A diferencia del millonario Ross Perot, en los 90, o del gobernador de Alabama, George Wallace, a finales de los 60, Donald Trump se ha convertido en maestro de un populismo transversal que supera barreras ideológicas, movilizando a una amplía base social que desde hace décadas esperaba a su particular mesías. Y la segunda razón es que lo ha conseguido sin que le haya supuesto ningún coste que la mayor parte de sus afirmaciones sean falsas, aplicando con igual descaro a la política lo que venía haciendo en sus negocios durante mucho tiempo. «Yo lo denomino hipérbole veraz. Es una forma inocente de exageración y muy efectiva de promoción», escribió en 1987 en su libro ‘The art of deal’ (’El arte de negociar’).

La realidad es que no hay nada de inocente en ese comportamiento y mucho de lo que directamente quiere hacer pasar como una exageración enfática es sencillamente mentira. Ni hay inocuidad ni el menor atisbo de verdad cuando Trump afirma que vio en la ciudad de Jersey a «miles y miles» de personas celebrando en 2001 cuando la primera torre del World Trade Center se vino abajo. O cuando dice que el Gobierno de México manda a sus peores ciudadanos a Estados Unidos.

En este ‘momento populista’ a escala global, sobre el que ha teorizado la politóloga belga Chantal Mouffe, muchos políticos han perfeccionado la mentira intolerable como herramienta para atraer la atención de los medios y de la opinión pública. La campaña de los partidarios del ‘Brexit’ británico, con el eurófobo líder del UKIP Nigel Farage a la cabeza, fue todo un ejemplo de cómo la frontera entre la hipérbole veraz y la mentira es casi invisible. Han pasado semanas y todavía resulta difícil de asimilar cómo Farage, el día después del triunfo del ‘Brexit’, tuvo los arrestos de admitir públicamente que fue un «error» de la campaña prometer que el Reino Unido reubicará los 350 millones de libras semanales que paga a la Unión Europea en la sanidad pública británica. El departamento de Tesorería del Reino Unido ya había aclarado antes de la votación que la aportación real del Reino Unido podría estar en torno a los 136 millones de libras semanales, pero los impulsores del ‘Brexit’ dejaron que su hipérbole veraz se abriera paso en la opinión pública. Miente, que algo queda.

No hay que salir de España, ni siquiera de la Región de Murcia, para encontrar ejemplos de todo tipo de políticos que utilizan con frecuencia la hipérbole veraz. Desde los que practican el populismo más rancio de baile y verbena, basado en el agravio y el victimismo como elemento de cohesión y distracción, a los que construyen un relato político de fotonovela rosa, en base a un bombardeo de imágenes positivas para deconstruirse primero y resurgir después como adalides de la regeneración y la cercanía. También los hay que, desde el adanismo y una neolengua política alambicada, exageran sus méritos, diagnósticos y promesas para lograr ese respaldo popular. Unos cruzan más que otros la frontera que separa la verdad de la mentira, pero lo sustancial de este ‘momento populista’ es que hay sitio para todo el que quiera, sin importar de qué punto del espectro ideológico proceda.

Las hipérboles veraces no solo las utilizan los políticos. También las emplean algunas organizaciones que necesitan concienciar y llamar la atención sobre una determinada situación. Cuando los grupos ecologistas calificaron de ‘sopa verde’ al Mar Menor para alertar del realmente crítico proceso de eutrofización de la laguna hicieron uso de una hipérbole ilustrativa, bienintencionada y muy eficaz que tuvo su efecto positivo. El problema aparece si los medios de comunicación hacen suya esa hipérbole y la repiten sin cesar, descontextualizando el mensaje original y eludiendo la precisión a la que están obligados. Si las hipérboles veraces de Trump triunfan es porque hay medios que las amplifican hasta la extenuación y porque son el combustible de mayor éxito en las redes sociales. Lo segundo se puede entender, pero lo primero es más que discutible porque el primer compromiso ético del periodista es el respeto a la verdad, siendo la veracidad el principal límite al derecho a la información. Si la labor de los medios se limita a replicar falsedades o verdades a medias en lugar de desenmascarar aquellas que hacen daño al interés general no es de extrañar la irrupción de este ‘momento populista’. Seguiremos propiciando otros Trump, Farage…

Decía Ortega que «la vida sin verdad no es vivible». Que somos el «ser que necesita absolutamente la verdad» hasta el punto de que, zoológicamente, debería clasificarse al ser humano «más que como carnívoro, como verdávoro». Nuestro filósofo hoy vería con horror los derroteros de la discusión pública, convertida en un juego de espejos en muchas latitudes del mundo, donde triunfan los que más se alejan de la verdad. Igual que aquellos otros populistas de su tiempo que cimentaron los peores totalitarismos.

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