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El arte nuevo de hacer comedias

Cuando en 1597 murió la infanta Catalina, hija de Felipe II, y se decretó en señal de duelo el cierre de los teatros públicos de Madrid, los moralistas más conservadores intentaron que la clausura de los corrales de comedias fuese permanente con el argumento de que eran una escuela de comportamientos pecaminosos para un público incapaz de distinguir con claridad entre la ficción y la realidad. A ello respondió la Villa de Madrid con un escrito dirigido al Rey donde se contraponía la función pedagógica de esas comedias que, a diferencia de las obras teatrales clásicas, congregaban a un abundante público. Frente a los detractores, el propio Lope de Vega argumentó no pocas veces que, al margen de su faceta lúdica y festiva, la comedia nueva era una oportunidad para hacer al público partícipe de los hechos históricos. Por fortuna, y por muy fuerte que a veces batieron las olas en estos siglos, el teatro sobrevivió. Y sobrevivirá.

Lo que resulta insoportable es la práctica del arte del fingimiento fuera de los escenarios, sobre todo cuando se traslada a la arena política y conduce a todo un país al limbo de un bloqueo institucional. Algún dramaturgo con talento estará ya trabajando para llevar a las artes escénicas el tragicómico episodio histórico que vive España desde el 20D. Inspirándose en Lope de Vega, quizás pueda explicar mejor que los politólogos cómo la política española se ha convertido en el arte nuevo de hacer comedias de nuestro tiempo. Acercándonos a los 300 días con un Ejecutivo en funciones, ya estamos en camino de superar a Irak y Camboya en el ‘ranking’ de países con más días sin Gobierno. Parece ficción pero es real. Y, a la vista de cómo se suceden los acontecimientos, ya nadie que contemple desde la distancia lo que está ocurriendo puede estar seguro de las verdaderas intenciones de los partidos que protagonizan esta situación insólita en nuestra historia democrática. Lo único cierto es que, tras la fallida investidura de Rajoy, crece la posibilidad de que seamos convocados de nuevo a la urnas. Un tercer acto programado para el día de Navidad de este ‘teatrillo’ que si se está haciendo interminable es quizá porque más de uno de los protagonistas se juega su supervivencia política. Todo ello genera una palpable desmoralización cívica. Ya no solo porque fracasa otro intento tras unas segundas elecciones. También por las formas que exhiben quienes son incapaces de alcanzar pactos. Cuesta digerir las acusaciones cruzadas de los principales partidos de querer provocar esa tercera llamada a las urnas y ver cómo formaciones minoritarias, pero decisivas por la aritmética parlamentaria, han dicho sucesivamente no a Pedro Sánchez y no a Mariano Rajoy. El cruce de reproches que puso colofón al segundo intento de investidura fue desalentador para una ciudadanía hastiada. Y no parece que nada vaya a cambiar hasta después del 25 de septiembre, cuando las urnas vascas y gallegas quizá propicien un cambio de actitudes.

En este contexto de bloqueo, de incertidumbre por la ausencia de un Gobierno central con plenas competencias, arranca precisamente un curso político en la Región de Murcia marcado por serios problemas de urgente resolución, como el agua que reclaman los regantes para no perder sus cosechas. Va a tener que emplearse a fondo el presidente Sánchez para arrancar de la ministra en funciones una solución que satisfaga a los agricultores. No están los ánimos para parches, sobre todo después de la situación creada en el Campo de Cartagena con el cierre de las desalobradoras que vertían nitratos al Mar Menor. Sánchez ha actuado con la contundencia debida para poner freno al alarmante deterioro de la laguna, pero, sorprendentemente, él que parece ir siempre acelerado, lo ha hecho con tardanza excesiva. La puesta en valor del Mar Menor para impulsar el turismo estaba en la mente del Gobierno regional desde el pasado verano y ya entonces se conocía en su gabinete de la existencia de la grave amenaza que estaban, desde hace años, ocasionando los vertidos en la rambla del Albujón. Si se hubiera empezado a actuar de forma integral hace un año, quizá se habría logrado minimizar los daños para la laguna y para los agricultores. No hay excusa posible para semejante error político, que solo hallará remisión si el proceso de degradación da muestras claras de regresión el próximo verano. Sánchez sabe que se la juega y no cabe suponer que pierda de vista el problema. La clave está en si acierta en diseñar una estrategia seria, respaldada por una ley regional, si es preciso, que ponga la conservación de la frágil laguna en el centro del resto de consideraciones y que se base en el diagnóstico de expertos independientes. Algo que, como se podrán imaginar, es mucho más complicado que regular las entradas de vehículos a Calblanque, lo que ha logrado este verano con acierto el Gobierno regional. Recuperar el Mar Menor y diseñar una estrategia para su desarrollo sostenible debería ser el asunto prioritario de debate de Gobierno y oposición cuando la Asamblea reanude su actividad.

Hoy, Pedro Antonio Sánchez adelanta a ‘La Verdad’ su propuesta para que la Comunidad asuma, a través de la reforma del Estatuto, las competencias en Costas, como ya tienen Andalucía y Cataluña. Una iniciativa atrevida que no dejará indiferente a nadie y que, a buen seguro, generará un intenso debate entre los grupos políticos, los sectores productivos, ayuntamientos y organizaciones ecologistas. Para sacar adelante su plan necesitará apoyos en la Asamblea y luego el refrendo por mayoría absoluta en las Cortes. Tal y como están las cosas, no lo va a tener fácil. Ni aquí ni allí.

Las claves de la actualidad analizadas por el director editorial de La Verdad

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