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Estigma reputacional

Vivimos al borde de una permanente crisis reputacional. No debería suponer ninguna sorpresa para quienes voluntariamente están expuestos a la vida pública, como el multimillonario futbolista Cristiano Ronaldo, vapuleado por un súbito entristecimiento que nadie entiende cuando la vida le sonríe, o la canciller alemana Angela Merkel, que intentó esta semana lavar su imagen en España regalando todo tipo de lisonjas al presidente del Gobierno y a los grandes empresarios del país. Lo novedoso y acongojante es que estos juicios sumarísimos de la opinión pública puedan alcanzar a una anciana de Borja, a causa de una pifia en la pared de una iglesia, o a una concejal de un pueblo de Toledo, por un vídeo erótico privado que alguien lanzó maliciosamente a la hoguera de las redes sociales. Nadie parece estar libre de la maledicencia, el chascarrillo o incluso la injuria en un país propenso al chismorreo y que hoy está más deprimido, aburrido y ocioso que nunca por el empobrecimiento general. Reconvertido en un inmenso patio de vecinos, todo el país parece condenado a esta especie de purgatorio reputacional. De la quema no se libra prácticamente nadie. Ni hay ámbitos ya inviolables relacionados con la dignidad y la intimidad de las personas. La ola de desprestigio pasa por encima de la jefatura del Estado, la clase política, los sindicatos, las comunidades autónomas, el Tribunal Supremo y el Constitucional, los funcionarios, los bancos, los medios de comunicación… La propia marca España está bajo mínimos por ahí fuera. Basta leer la prensa germana o anglosajona para llevarse una idea de lo que piensan de nosotros por otros pagos. Lo peor es que hemos interiorizado tanto todo lo negativo que, con razón o sin ella, se dice de nosotros que comienza a quedar poco de nuestro orgullo de país, precisamente el principal punto de partida para salir de esta sima. En muy pocas semanas quienes gobiernan deben tomar una decisión clave para el futuro de España: aceptar o rechazar el rescate de nuestra economía ofrecido por el Banco Central Europeo (BCE). Y hay dos elementos críticos que pesan en el presidente del Gobierno. Uno es la condicionalidad de la ayuda. Ya ha advertido la vicepresidenta que tendría importantes consecuencias. El segundo es el estigma reputacional que conlleva, dentro y fuera de nuestras fronteras, recibir asistencia financiera a cambio de ser supervisados y seguir los dictados de la UE, el FMI y el BCE. Si acepta la oferta, Rajoy pasaría a la historia como el dirigente político que no pudo evitar el rescate. Como es obvio, eso pesa mucho en la mente de cualquier presidente, más aún cuando está frisando dos citas electorales en Galicia y País Vasco. Bien lo sabe Zapatero, que gobernó el último tramo de su mandato bajo la amenaza de una posible intervención. Tal y como están las cosas, Rajoy está obligado a ponderar si, por el bien del país, conviene tragarse el sapo reputacional y alcanzar un acuerdo que sea asumible en cuanto a condiciones y soberanía en la adopción de medidas. Peor de lo que estamos en términos de imagen por esta crisis de la deuda ya no podemos estar. Deben ser otros elementos de juicio los que Rajoy tiene que sopesar en esta encrucijada. Esta semana ganó tiempo, no mucho más. Tarde o temprano tendrá que decidirse. Que sea pensando solo en el interés general.

Las claves de la actualidad analizadas por el director editorial de La Verdad

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