>

Blogs

Andrea Tovar

Querido millennial

La manzana eco de Eva

Hace unas semanas me planté con cara de póker delante de un cuadro. No entiendo mucho de arte, así que en los museos me dedico a pulular hasta que algo me llama la atención, y éste lo hizo. Era Adán y Eva, de Jacob Jordaens. Al leer la descripción saqué el móvil de inmediato para hacerle una foto y que no se me olvidara, cuando un guardia del Thyssen me chistó y tuve que hacerlo: saqué la libreta que llevo siempre en el bolso para hacerme la guay. Anoté algunas cosas en caligrafía casi ilegible, como una criminal. Eva sentada: “no toda la culpa fue suya”.

Al parecer, el tal Jordaens estaba harto de que se representara a Eva de pie en la tradición pictórica para reflejar su posición activa en la comisión del pecado original. Por eso, la dibujó sentada.

¿Y Adán? También sentado. O sea, que la culpa fue un poco de los dos. Y ya está.

En nombre de las mujeres de todos los tiempos, gracias, Jordaens, por rebajarnos la condena.

Adán y Eva, de Jacob Jordaens.

La idea quedó rondándome como una mosca bebé, pesada e insistente, sin desarrollarse por completo. Hasta que el otro día vi una escena que cerró el círculo de esta reflexión, y que me llevó a las siguientes conclusiones.

Para empezar, la culpa es un concepto muy católico, eso ya lo sabemos todos. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Así empieza la historia del mundo en el Génesis, con unos Adán y Eva cabizbajos y cubiertos con una hoja de parra. ¿Por qué la expulsión del Paraíso implica también conocer la vergüenza, el arrepentimiento, por vez primera? Implícitamente, con esto se nos incita a vivir sin remordimientos, ¿ningún cura se ha dado cuenta de eso?

En cualquier caso, en esa vergüenza originaria de hoja de parra, la que cargó con la culpa capital fue Eva. Eva era una caprichosa, una temeraria y una mala influencia en general, por lo que convenció a Adán para que se arruinaran la vida juntos. Y así acabó: cubriéndose pechos, trasero y pubis y dando a luz con sumo dolor al conjunto de los hombres venideros. A ti también. Por cierto, cuando digo hombres me refiero también a mujeres. Porque, nos guste o no, en castellano el plural de ambos géneros se forma en masculino. No voy a entrar en el sexismo del lenguaje porque me parece que es un tema demasiado complicado y se simplifica en exceso. Y el feminismo debería extenderse antes a otros ámbitos de la vida. Eso creo.

La proeza de Jordaens no fue sentar a Eva y levantar a Adán, no, dibujó a ambos sentados. En plan igualdad de sexos, igualdad de culpas.

Ahora es cuando entra la siguiente escena: estoy en la frutería decidiendo si comprar fresas o no -porque siempre se me ponen pochas-, cuando entra una mujer. Lleva americana y una coleta alta. No se ha puesto maquillaje y por eso se le marcan las ojeras, pero se ha acordado de extender una capa de rímel en las pestañas. Mientras pide que le preparen comida para un regimiento, como si tuviera que alimentar a base de papayas al país entero durante una guerra nuclear, atiende el teléfono móvil. Da instrucciones a alguien sobre el cuidado de sus hijos, imagino, dice que llegará a casa lo antes posible, pero no sabe cuándo será eso exactamente. Luego cuelga y pide un kilo de manzanas.

– ¿Fuji o Golden?
– Las que sean eco.

Y yo digo: ¿igualdad de sexos? ¿Igualdad de culpas? Ja.

La manzana es la misma, aunque ahora se le llame eco –en el Paraíso seguro que eran tope eco también-. Y Eva sigue cargando con la culpa.

Eva debería estar sentada en el cuadro de Jordaens, y en todos los demás cuadros. Porque seguramente Adán le habría puesto la cabeza como un bombo con sus quejas: tengo hambre, estoy cansado de las cerezas, siempre cerezas, por qué no me traes una buena manzana. Y Eva se merece un descanso, sentarse un rato, sí, porque estará hasta las narices de cuidar de Adán y del resto de sus hijos, de la Humanidad entera. Porque si alguno de ellos pasa hambre, Eva robará manzanas a una serpiente o hará un hueco para comprarlas entre las diez horas de trabajo, el gimnasio al que acude para seguir siendo considerada un cuerpo deseable y que la sociedad la acepte, la coordinación general de los planes de cada miembro de la familia y las tareas del hogar que se le endilgan a ella por el mero hecho de ser Eva y no Adán.

Y hará también un hueco en su corazón, entre tanta culpa que carga desde tiempos inmemoriales, para perdonar que no se le haya ofrecido jamás un trono sobre el que descansar, ni siquiera las tristes raíces del manzano prohibido. Eva siempre ha estado de pie, pero no porque sea culpable, sino porque su amor siempre ha sido más grande que el orgullo condescendiente de Adán y la palabrería igualitarista de Jordaens.

Temas

Sobre el autor

Los millennials entramos en la treintena. www.andreatovar.org


abril 2017
MTWTFSS
     12
3456789
10111213141516
17181920212223
24252627282930