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Andrea Tovar

Querido millennial

Más vale feliz y pobre (si es que eso no es contradictorio)

via-thursday

El otro día estaba yo en el parque rodeada de madres con niños, columpiando al bebé de mi prima, cuando sonó el teléfono. Una chica muy maja de la 7 llamaba para invitarme a una tertulia sobre millennials. Antes de nada, quería saber mi opinión respecto de unas cuantas cosas, y empezó a preguntarme. He de decir que fui excesivamente sincera porque no me había enterado de que era una entrevista y no caí en aquello de ser políticamente correcta.

En una de esas, dijo:

– Sabes que ahora la gente prefiere alquilar a comprar, e ir cambiando de trabajo en vez de tener uno estable toda la vida… ¿qué te parece eso?

-Estupendo- contesté yo-, creo que es lo más acorde a la naturaleza humana. De hecho, los millennials tenemos fama de estar locos, pero nosotros estamos entendiendo mejor de qué va la vida. El que está loco es el sistema.

Al colgar caminé de vuelta hacia el tobogán, donde la peque se tiraba ahora con ayuda de su madre, y me quedé pensando en lo que había afirmado tan categóricamente. Al hablar, me había poseído el espíritu de los vídeos motivacionales con los que nutro mi alma y con los que corroboro mis decisiones: nosotros tenemos razón y vosotros no. Porque vais a malgastar la vida en un trabajo que no os gusta, 8 horas por 5 días a la semana por 4 semanas por 12 meses por 40 años o así, yo qué sé. A mí los números me salen de puro espanto, se me antojan capaces de sustentar cualquier opción alternativa a los quehaceres esclavos e ingratos.

Por eso, para mí, esta respuesta es suficientemente potente:

(A la pregunta: ¿estás en paro voluntario?),

-Sí. Bueno, estoy opositando a escritora.

Risas.

La verdad es que da risa.

Hay muchos artisninis –término acuñado ad hoc por mí misma para mí misma- con grandes esperanzas y pocos billetes. De eso quieren que hable en la tertulia, imagino. Que defienda lo indefendible, vamos.

A nosotros, los artisninis, lo único que nos consuela es que los que no tienen pájaros en la cabeza tampoco tienen muchos billetes en el bolsillo.

¿Qué pasa si dentro de unos años aquellos que tuvimos fe no conseguimos nuestro objetivo y nos convertimos en poco más que vagabundos amargados? Mientras el resto, los de los pies en el suelo, consiguen la casa en la playa, las pagas extra para comprarles los Reyes a los niños. ¿Seremos más felices que ellos, con la banda sonora de charla de TEDx, porque al menos habremos arriesgado?

La pregunta, la que yo haría a cualquier persona en una entrevista, es la siguiente:

-¿La autenticidad equivale a la felicidad?

O sea,

-¿Acercarse al núcleo de uno mismo, se encuentre lo que se encuentre, y ser fiel a ello –esta es la base de mi existencia-, es proporcional a esa felicidad sui generis, solo para nosotros mismos, que la vida nos tiene guardada?

Los matices son estos, lo he reflexionado. Puede que en esa ecuación no exista:

-Casa propia. A no ser que se herede. Y quizá ni siquiera dé para pagar el Impuesto de Sucesiones y haya que repudiar la herencia.

-Vacaciones en Cancún. Ni en Torrevieja.

-Ropa cara. Ni medio barata. Solo ropa Inditex de rebajas.

-Libertad para comer sin mirar el precio del plato y pensar que doce euros es demasiado para un bistec.

-Ausencia de presión en la garganta y la boca del estómago al llegar a los últimos días del mes.

-Dinero, en general, para adquirir los bienes que facilitarían o posibilitarían la realización de las funciones básicas, hobbies y derivados.

Es que en los vídeos motivacionales solo salen personas a las que les funciona lo que han hecho, eso de dejar las obligaciones atrás y apostar por sí mismos. Nunca he visto a ningún mendigo que se cagara en todo frente a la cámara por haber abandonado su trabajo en seguros. ¿Es porque esta gente no existe, o es que es un punto ciego que no vende en la teoría de cree en ti mismo y tu vida será de color rosa?

Ahí estaba yo, mirando a esas madres supuestamente esclavas de sus hijos y de sus trabajos, y no me parecían tan infelices. ¿Eran más o menos infelices que yo, que no soy esclava de nada? El único compromiso que tengo es una especie de vaga promesa con el futuro, reproducible con la respuesta que di a la chica maja de la 7: evolucionaré con la vida y no situaré la estabilidad en la cima de mi pirámide de valores.

Serás hipócrita, resuena en mi cabeza. Sí, es verdad. No he hecho otra cosa en estos 25 años que pensar en el siguiente paso, y en el siguiente, y en el siguiente.

Pero, joder. ¿Puede uno cambiar de mentalidad? ¿Convertirse a la filosofía millennial, si es que eso existe? ¿No será que a los adultos les da un poco de envidia ese planteamiento y por eso lo desprecian llamándonos vagos e ilusos?

¿Qué pasa si el objetivo de las vidas humanas deja de ser producir y tener, y adquirir, e hipotecar, enajenar, arrendar y legar, para reducir todo al ser y estar?

Lo mismo nos extinguimos y todo.

O quizá no, pienso, mientras miro a la hija de mi prima, que es un bollito. Y me sorprendo, porque no sé si querría que fuera cantante de ópera o agente de Bolsa. Supongo que al pensar en lo que desearía para ella, no se me ocurre otra cosa que su felicidad completa, venga de donde venga.

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Sobre el autor

Los millennials entramos en la treintena. www.andreatovar.org


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