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Andrea Tovar

Querido millennial

Tú ya estás completo

Vía Tumblr (fuente: apocope-emocional)

Vía Tumblr (fuente: apocope-emocional)

Hay una idea potentísima que cacé al vuelo en una de las clases de Meditación a las que voy. Nuestro «maestro», que no es de origen hindú ni tibetano ni nada, tras la media hora en silencio con los ojos cerrados, que cuesta más que correr siete maratones seguidas, dijo:

—Tú ya estás completo.

Uh.

¿Cómo que estoy completo? Claro que no. Cómo voy a estar completo. Me falta el contrato indefinido. El salario de tres cifras después de impuestos. El rollete para el finde. La pareja que me haga cosquillas con los dedos de los pies en la cama. La lavadora-secadora y la minipimer.

¿Qué quieres decir con eso de que estoy completo?

Es que sencillamente, es una idea que no me cabe en la cabeza, maestro. Ahora no estoy completo, claro que no, pero lo estaré. Porque he preparado una lista de regalos para Navidad y otra lista de propósitos de Año Nuevo. Voy a adquirir aquellas cosas que faltan, a conseguir las que no puedo pagar con alguna artimaña que ya pensaré. Voy a convertirme en ese ser ideal al que siempre aspiro y nunca alcanzo, por fin. Entonces sí te creeré cuando digas eso de que estoy completo. Vaya chorradas sueltas, maestro. ¿Eh?

No, querido imbécil, diría el maestro. Querido millennial o de la generación que seas: estás completo ya. Así mismo. Contienes un universo dentro. Está en ti.

Yo en esta parte más metafísica me pierdo, lo reconozco, pero dejé que calara esa frase. «Ya estás completo». Al abrir los ojos con la estridencia del despertador, al pasear para bajar la basura, al sentarme a trabajar.

Hay un pecado capital en la manera de relacionarnos con nosotros mismos que mancha el pasado y nunca somos capaces de corregirlo a tiempo: jamás sentimos empatía suficiente por el «yo» del presente. A toro pasado es fácil que valoremos de forma objetiva, a la luz de las circunstancias globales, el tremendo esfuerzo que tuvimos que hacer, o que nos perdonemos por no haber sido capaces de dar más, pues era lógico, después de todo. Cuando uno toma distancia entiende el panorama a las mil maravillas. Mientras que cuando lo vive no deja de enfocar hacia lo que falta, en lugar de hacia todo lo que hay.

Uno podría entrar en la habitación de su interior, repleta de tesoros, y fijarse en el hueco en el suelo donde no hay ningún cofre. Y penar y padecer por ello. Machacarse, lamentarse, echar la culpa a los demás, acumular rabia y rencor, llorarlo, paliar el vacío ínfimo con exceso de otra cosa. Sentirse pequeñito. Uno podría pensar en sí mismo, incluso, como el ridículo vacío entre tanto tesoro, y presentarse así ante los demás: apocado, cabizbajo. Pidiendo perdón, antes de ser y hacer, por el mero hecho de existir.

¿Qué tal funcionaría eso de sentir empatía por uno mismo ahora?

¿Cómo sería aquello de reconocer el momento presente, con sus pros y sus contras? Intentando ser feliz con lo bueno que haya. Sin dejar que la insatisfacción perenne roa el estómago por dentro y aplaste el pecho definitivamente.

Es que no es moco de pavo esto, lo aviso. No tiene nada que ver con las generaciones, ni con la edad que tengas ni dónde vivas ni tu sexo ni la pasta en el bolsillo. Lo más probable es que, si aún no has entendido esta verdad universal, sigas fustigándote por los rincones, como hacemos la mayoría. Nos pasamos la vida corriendo, deseando saltar al siguiente nivel, una y otra vez. Al llegar, nos acordamos de las ventajas de una etapa anterior. ¿Éramos conscientes de ellas mientras podíamos disfrutarlas? ¿Nos decíamos a nosotros mismos, «joder, qué gusto vivir esto»?

Dar gracias. Sí.

El mundo no te debe nada más que el aire en los pulmones y la tierra que pisas por efecto de un imán potente que se llama gravedad, según parece. Te regala verde y azul y dorado. Te hace miles de regalos y tú solo piensas en la lista de Reyes. En cómo mejorar una realidad tan insulsa. Cómo te aburre.

Y te hablo a ti, y a mí, y también al ser paleolítico. Este perenne hueco es una tendencia que nos ha permitido evolucionar. Si el hombre cromañón no hubiera sentido esa insatisfacción indefinible no habría investigado nada, y seguiríamos ahí, tan panchos con taparrabos y muerte por catarros. De acuerdo. Es útil querer evolucionar. Que uno se plantee cómo avanzar.

Pero la pregunta es esta: ¿en qué punto el sentimiento positivo –la ilusión de mejora- da la vuelta y se convierte en exceso, en un problema, en una angustia?

Si consumes mucha publicidad, te entran ganas de gastar. Si piensas demasiado en el objetivo final, nunca llegas. Corre lo que quieras hacia él, desgañítate por el camino, es cosa tuya. Nunca va a pasar exactamente lo que quieres, y aunque ocurriera, te sabría a poco al experimentarlo.

Es que nunca aprendemos.

Lo importante no es llegar. Qué cliché, ¿no? Pero piénsalo.

¿A dónde quieres llegar? ¿Ahí estará garantizada tu felicidad? ¿Serás otra persona, radicalmente distinta, entonces?

Lo importante es disfrutar del paseo, incluso cuando estés de barro hasta el cuello. En el futuro recordarás la mierda que tragaste y te sentirás afortunado por haberlo superado. Todo lo que vivas tiene sentido. Estás completo ya, porque tienes la posibilidad de disfrutar de lo bueno hoy. De no hacerlo, también. Tienes la posibilidad de vivir lo que te toca. Tienes la realidad de estar vivo. Y por supuesto, tienes la opción de empatizar contigo ya mismo.

Convertirte en tu mejor amigo. Consolarte. No malcriarte. Fijar una meta y otearla de vez en cuando con ilusión. Practicar los valores que quieres que te definan. Hacer caso a tus adentros de una vez por todas.

Sientes que estás completo cuando puedes cerrar los ojos en silencio durante media hora y disfrutar de la propia compañía, sin huir de tus vacíos ni intentar taparlos con una minipimer.

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Los millennials entramos en la treintena. www.andreatovar.org


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