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Antonio Arco

Una palabra tuya

¡Bravo, bravo, bravo!

1 de diciembre de 2016

LA OBRA: Título: ‘Incendios’. Autor: Wajdi Mouawad. Traducción: Eladio de Pablo. Intérpretes: Ramón Barea, Laia Marull, Nuria Espert, Carlota Olcina, Álex García, Germán Torres, Lucía Barrado, Alberto Iglesias. Iluminación: Felipe Ramos. Espacio sonoro: Orestes Gas.Vídeo: Álvaro Luna. Vestuario: Antonio Belart. Escenografía: Carl Fillion. Dirección: Mario Gas. Representación: Teatro Romea de Murcia, jueves 1 de diciembre de 2016. Calificación del espectáculo: Excelente.

Ros Rivas

No es ‘Incendios’ solo una obra de teatro: es un regalo extraordinario, un bálsamo muy lúcido contra las trampas que nos tiende el corazón –la indiferencia, el rencor, la furia…–; es un vuelo altísimo de águilas majestuosas que contemplan con piedad las miserias humanas; es un dolor inmenso que se instala en la garganta, si bien, lejos de ahogarte, te ayuda a respirar más hondo en la medida en la que vas comprendiendo: nuestra fragilidad, el amor sobrenatural de las madres, la sabiduría de la vejez, el poder de la amistad, la grandeza de las promesas cumplidas, la heroicidad del que dona su sangre al enemigo. Es un texto, de Wajdi Mouawad, de una belleza brutal: amarga por momentos como un corte en la yema de los dedos, deslumbrante hasta conseguir que pierdas por completo la noción del tiempo: tres horas.
¿Qué importa el tiempo cuando estás, no viendo, sino sintiendo con unos nuevos ojos la crueldad inútil de todas las guerras, la barbarie instalada junto a nuestros balcones y vidas cotidianas, el desgarro que a ti también te hiere de todo combatiente masacrado en la batalla, de toda mujer violada, de todo bebé arrojado al vacío o al hielo, de todos los huérfanos, las viudas, los hombres convertidos en asesinos de sus propios hermanos? Todo esto, y una poesía de lujo, y una carne dramática que palpita ante ti con un arrojo propio de enamorados, se encuentra en «Incendios», uno de los grandes textos del siglo XXI; mejor, seamos justos: de todos los siglos. Es la gran tragedia contemporánea, la gran lección por aprender, el gran alarido urgente que alerta sobre la inutilidad de la violencia, del ojo por ojo.
Nawal Marwan muere tras pasar los cinco últimos años de su vida en un silencio hermético. Aunque no se dice expresamente en el texto, es libanesa y llegó a Quebec huyendo de la guerra que desgarró su país de 1975 a 1990.
Sobre su espíritu se acumulan las cicatrices de todas las atrocidades que padeció: torturas, humillaciones, quebrantos inimaginables. Guarda grandes secretos, terribles secretos, que jamás compartió con sus hijos gemelos: se llaman Simon y Jeanne. En su testamento, le encarga a su amigo, el notario Hermile Lebel, que entregue a cada uno de ellos una carta, que a su vez estos deberán entregar a otros destinatarios del modo siguiente: él, a un hermano cuya existencia desconocían por completo; ella, a su padre, que siempre creyeron muerto. Empieza ahí una ‘odisea’ de aventuras tan fascinantes –se mezclan el pasado y el presente– como desgarradoras, con claros ecos gozosos de Sófocles y de Shakespeare. Una locura.
Y si el texto es perfecto en su forma de tejer una vida entera con todas sus luces y sombras, y el rostro marcado por el amor y el odio de toda la Humanidad, el trabajo de todos los profesionales que han puesto en pie este montaje, que dejó al público del Romea paralizado, envuelto en una conmoción palpable, es magnífico. Lo es la dirección del maestro Mario Gas, que parece haber dirigido este montaje con el corazón sujetado entre sus manos; y lo son los trabajos de los intérpretes que han tenido la suerte de participar en él.
Nuria Espert y Ramón Barea son los más veteranos del reparto, sea para ellos la mayor gloria; se la merecen. Espert es un milagro. Queda dicho. Ya no es una actriz, no, no; ya se ha convertido en una manada de lobos que te recorre el pecho, ya se ha transformado en un frescor de arroyo que desciende purísimo de las altas montañas; en un fuego que no se extingue jamás, de cuyo calor y compañía no quieres separarte. Hay que verla en ‘Incendios’, dando vida a Nawal adulta –una estupenda Laia Marull se encarga de mostrárnosla en su juventud– o a la anciana Nazira, para saber en qué consiste el verdadero teatro: te sientes vivo como nunca. Barea derrocha una humanidad y un poderío escénico que te desarma.
Nawal le dice a su hijo Simon: «La infancia es un cuchillo clavado en la garganta y tú has sabido extraerlo. Ahora, hay que reaprender a tragar saliva. Ahora, hay que reconstruir la historia. La historia está hecha añicos». Llegado ese momento, todo el público habita ya en una emoción asombrosa.

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Sobre el autor

Junto a una selección de entrevistas y críticas teatrales, el lector encontrará aquí, agrupados desde enero de 2016, los artículos de Opinión publicados los domingos en la contraportada de ‘La Verdad’, ilustrados por el fotógrafo Pepe H y el publicista y diseñador gráfico Nacho Rodríguez. Antonio Arco estudió Ciencias de la Información en la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural y crítico teatral, una selección de sus trabajos periodísticos se recoge en los libros de entrevistas ‘Rostros de Murcia’ (1996), ‘Mujeres. Entrevistas a 31 triunfadoras’ (2000), ‘Monstruos. Entrevistas con los grandes del flamenco’ (2004), ‘Sal al Teatro. Momentos mágicos del Festival de San Javier’ (2004) y ‘¿En qué estábamos pensando? (Antes y después de la crisis. Entrevistas con filósofos, poetas y creadores)’ (2017). Finalista de los premios ‘La buena prensa' 2016.


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