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Antonio Arco

Una palabra tuya

Rogelio López Cuenca: «Los débiles tenemos que unirnos

4 de mayo de 2017

Creador de prestigio y crítico con que el auge de Trump y Marine Le Pen relativice los males del neoliberalismo, imparte un taller en Mucho Más Mayo de Cartagena

FRANCIS SILVA

Sabe Rogelio López Cuenca (Nerja, 1959), artista visual de reconocida trayectoria y combatiente contra los prejuicios envenenados, los muros desalmados y las manipulaciones en tropel que, como telas de araña, nos atrapan hasta la somnolencia, la parálisis o el terror, que, en un trágico momento dado, todos podemos estar al borde de actuar como salvajes. «Nunca deberíamos olvidarlo», propone este admirador de ‘El corazón de las tinieblas’, la novela de Joseph Conrad que te ayuda a reconocer el rostro del horror: en el infierno o en tu propio interior. López Cuenca, creador de exposiciones tan interesantes como ‘Los bárbaros’, esos semejantes nuestros que tienen por placentera costumbre llenar de desolaciones calles y plazas, impartirá en Cartagena, junto a Elo Vega y programado dentro de Mucho Más Mayo, el Festival de Arte Emergente que se celebra en Cartagena del 12 al 21 de mayo, el taller formativo titulado ‘Relectura crítica de la ingeniería monumental de Cartagena’, coordinado por la también artista cartagenera Lola Nieto.
El taller, «un proyecto que me tiene ilusionado y que está abierto no solo a artistas, sino también a arquitectos, antropólogos, urbanistas, geógrafos…», cuenta López Cuenca a ‘La Verdad’, comenzará mañana y se prolongará hasta el 10 de mayo. Tal vez el artista deje huella en quienes participen en el taller, ‘Tal vez’ se titula una de sus obras –de 1992– perteneciente a los fondos del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS). Una obra en la que un ojo de mujer, tal vez, mira cómo arde el mundo que un día fue nuestro hogar. O tal vez no.
–¿Se conoce bien?
–No sabría decirle, porque soy muy poco dado a observarme. No suelo analizarme mucho, no estoy pendiente de mí. Creo que tengo la suerte de moverme en otra dimensión: una dimensión en la que lo importante, lo que me interesa, es lo colectivo, lo social. Ese todo que formo con los demás es mucho más importante que yo. Tampoco sabría decirle por qué me observo tan poco.
–¿En qué piensa cuando dice ‘yo’?
–En que eso del ‘yo’ es una construcción, una convención. Al ‘yo’ se le ha dado mucha importancia, sobre todo a partir del siglo XVIII, y es cierto que en algunos aspectos hay que agradecer que así haya sucedido, pero finalmente le hemos concedido una importancia excesiva. Prefiero contemplar la existencia como un asunto colectivo, que nos concierne a todos, y que tiene su sentido, precisamente, en la colectividad.
–¿Qué propone?
–Repensar seriamente sobre esa idea obsesiva del individuo como el centro de todo lo existente, de la especie humana como lo más importante del planeta. Todas estas creencias proceden de la imposición de una ideología muy poderosa que defiende esta posición, pero es necesario repensarlas. El individualismo feroz en la sociedad contemporánea está tomando unas derivas muy peligrosas. Y esa idea de la especie humana como centro del universo hace ya aguas por todos lados.
–¿Qué tenemos todos?
–Propiedades creativas, aunque el propio sistema en el que vivimos las ha ido coartando. Aunque también es cierto que el capitalismo ha sabido ver que pueden resultar rentables, que la imaginación y la creatividad tienen un potencial que puede resultar muy productivo. Ahora mismo, a cualquier trabajador se le pide creatividad e ingenio, porque produce riqueza y son explotables.
–¿Arte para qué?
El arte es un territorio de reflexión, de experimentación, además de serlo también de entretenimiento, satisfacción y gozo. Me parece que todos esos niveles pueden convivir en la práctica artística contemporánea.
–¿Qué es un error?
–Pensar que la forma en que miramos el mundo es la única posible. Contemplamos la realidad como si estuviese dividida en compartimentos estancos, y eso no es real. La realidad no es como la televisión, donde existen de manera diferenciada los programas de humor, de noticias, de cotilleos, de debate… En la realidad todo está mezclado. Por ejemplo, el ocio y el turismo están directamente vinculados a las migraciones masivas de personas; y las violencias en las fronteras, al bienestar de determinadas clases privilegiadas. Una de las virtudes que tiene la práctica artística es, precisamente, volver a hacer visible la relación directa entre todas las realidades.
–¿Qué se desmorona?
–La pantalla en la que se proyectaba el relato de que estábamos viviendo, en los países supuestamente democráticos y civilizados, en una especie de mundo que se iba aproximando al mejor de los posibles. Casi que nos lo creíamos porque no queremos vivir con la sensación de que tenemos que estar siempre empezando de nuevo.
–¿Cómo se maneja con su propia indignación?
–Sabiendo que mi indignación, por si sola, no va a ningún sitio. También la indignación, para que sea útil, tiene que ser colectiva. Al sistema le interesa que cada uno nos indignemos por nuestra cuenta, que insultemos a los políticos mientras los vemos aparecer en televisión, y poco más. Esas indignaciones individuales son inofensivas. Al poder le interesa destruir la indignación colectiva, atomizarla.
–¿Saludable qué le resulta?
–Me cabreo, claro, pero también me divierto, ironizo y, sobre todo, como le decía, no pierdo de vista que lo importante en la vida es hacerlo todo en compañía de otros. No creo que estemos ninguno de nosotros subidos a una atalaya observando la realidad; estamos todos, de alguna manera, hundidos en ella. Lo que resulta difícil es no estar presos de determinadas inercias, porque la velocidad a la que nos vemos obligados a consumir noticias nos impide reflexionar sobre las mismas.
–Ponga un ejemplo.
–Un loco comete un atentado suicida en París, Londres o Kabul. Decimos: «¡Un loco!». Sí, un loco, pero esos atentados están relacionados con todo un contexto económico, político y social que, por supuesto, no lo justifica, pero que lo explica. Estamos acostumbrados a consumir las imágenes como si fuesen la realidad, cuando son también construcciones ideológicas.
–¿Qué ha comprobado?
–Que en situaciones de precariedad, notas que enseguida aparecen posibilidades de desarrollo de las peores potencialidades del ser humano, y surge la lucha por la migaja; pero también, al mismo tiempo, se produce el afloramiento de la conciencia de que solo se puede hacer frente a determinadas situaciones de un modo colectivo. Yo creo que sí, que en los últimos años de la llamada crisis han florecido ese tipo de iniciativas y de sentimientos, y nos hemos dado cuenta de que no es cierta esa idea que nos habían vendido de que tú en soledad, y con tus tarjetas de crédito en el bolsillo, puedes afrontar la vida. No es cierto, los amigos y la familia son más importantes que el mercado. No se trata de renunciar a las ventajas que tiene lo individual, pero sí de saber valorar la potencialidad que tiene lo colectivo. Me siento parte de los débiles de una manera indudable, y por eso defiendo que los débiles tenemos que unirnos para defendernos.
–Donald Trump, Marine Le Pen… por ahí van los tiros de feria.
–Bueno, ahí están, sí, pero tampoco vayamos a caer en la trampa de considerar que, frente a esta especie de ‘demonios’, de bufones, de caricaturas del mal, las políticas neoliberales que se han estado aplicado hasta ahora han sido positivas o no son peligrosas. No estoy rebajando la gravedad de que personajes como estos lleguen al poder, pero eso no debe servir para que nos olvidemos de todo el daño que han hecho las políticas aplicadas hasta ahora. Tenemos que ser capaces de buscar otras alternativas al capitalismo salvaje y al populismo.
–¿A qué no renuncia?
–A luchar contra todo tipo de violencia ejercida sobre el otro: homofobia, misoginia, xenofobia… Y a estar abierto a enriquecer mi mirada con las de otros, a dejarme sorprender y a dejar de creer en el diálogo. Con esa actitud voy a Cartagena.

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Sobre el autor

Junto a una selección de entrevistas y críticas teatrales, el lector encontrará aquí, agrupados desde enero de 2016, los artículos de Opinión publicados los domingos en la contraportada de ‘La Verdad’, ilustrados por el fotógrafo Pepe H y el publicista y diseñador gráfico Nacho Rodríguez. Antonio Arco estudió Ciencias de la Información en la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural y crítico teatral, una selección de sus trabajos periodísticos se recoge en los libros de entrevistas ‘Rostros de Murcia’ (1996), ‘Mujeres. Entrevistas a 31 triunfadoras’ (2000), ‘Monstruos. Entrevistas con los grandes del flamenco’ (2004), ‘Sal al Teatro. Momentos mágicos del Festival de San Javier’ (2004) y ‘¿En qué estábamos pensando? (Antes y después de la crisis. Entrevistas con filósofos, poetas y creadores)’ (2017). Finalista de los premios ‘La buena prensa' 2016.


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