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Lola Gracia

Vivir en el filo

NY antes del 11S

 







Luis era probablemente el chico más guapo que había visto jamás. Cuando me topé con él en el impresionante hall del Hyatt de Nueva York pensé automáticamente: “Jamás se fijará en mi”. Dejaba el bullicio de Lexintong Avenue –donde comprobé que, efectivamente, NY es como las películas–  para entrar en ese lugar inmenso, repleto de gente que iba y venía, de botones con maletas, de viajantes despistados y al fondo esa monumental cascada, cuyo rumor inundaba todo.

Pregunté al botones en mi torpe inglés si sabía algo de una delegación de chicos puertorriqueños. Ellos llegaron antes que yo. Me dijo que no en un torpe español que respondió a mi torpe inglés. Y ahí estaba él. Luis, el bello. “Hola. Permiteme que me presente”. De cerca era aún más guapo. Sus ojos verdes, enormes. Enorme su boca, llena de dientes, de labios carnosos, de sonrisa apabullante. “¿Con quién vienes?”

–Con el aula de Relaciones Internacionales de la U.P.I . Estoy aquí, gracias a Luis González ¿Le conoces?

–¡¡Ese loco pendejo!!

–No me asustes. Me aseguró que tendría habitación, que entraría en la ONU para observar los debates.

–No te preocupeh, linda. Ya lo arreglamoh pronto.



Subimos a una habitación atestada de mochilas, bolsas y sacos de dormir. “Se supone que es aquí”– me aclaró– pero esta noche yo no me quedo, me voy a Queens a casa mi amigo el chino.



Le miré tan asustada que me pidió que le acompañase. Y dormí en una litera de algún lugar de Queens, en un bloque del que, el chino, a su temprana edad, ya era propietario y gerente. Luis durmió arriba. Yo abajo. Hablamos un poquito en lo oscuro.

–Me gusta como suenas

–Mi acento, dices

–Eso



Al día siguiente conocimos a toda la familia del chino. A su prometida, que enseñaba el ombligo a pesar de los dos grados y la ventisca, y a toda la res extensa. Comimos algo delicioso. Y volvimos al hotel. La misma pesada sensación al llegar, el pesado ambiente de aquella habitación súper poblada. Los chicos comían nachos y bebían ron Cacique.

-¿Qué hay pana? ¿Dónde tú te metiste?–preguntó el otro Luis

-Me fui a hangeal por ahí un rato. 

Me miraba, se reía.

–Oye ¿tú te crees que esta mujel va a dormir aquí con todos ustedes?

–No hay problema, brodel. 

–Qué güevon

Me preguntó: ¿Te vienes? Tengo un plan chévere para esta noche.

Tenía poco donde elegir, así que ni lo dudé.

–¿Dónde vamos?

–Sorpresa



Nos recogió una furgoneta blanca. 

–Este es mi primo, también se llama Luis

–¿Qué hay linda? –se presentó con un ademán en su cabeza, sin despegar las manos del volante. 

Atravesamos el Bronx. Había grupos de personas calentando sus manos frente a latas de latón con hogueras sobre ellas y finalmente llegamos allí. A las Torres Gemelas.

Los newyorican son una casta importante en la ciudad de NY. Están por todos sitios. Fundamentalmente trabajan en la hostelería y en la seguridad. Y siempre se ecuentran en los lugares más estratégicos.

Una pizza grasienta, de gran predicamento entre los habitantes de la Gran Manzana, era nuestro salvo conducto. Ahí estaba un amigo del tío de Luís.



–Pana ¿como tú estás? ¿Has comido?

–Sí comí.

–Pues te traje esto y a mi sobrino con su novia. Podemos pasal ¿no?

–A la orden, no hay problema.



Y ahí estábamos. En aquella mole que se elevaba al cielo. Sin ejecutivos, ni repartidores de correo, ni secretarias. Sólo estábamos los tres. El tío y su amigo charlaban y comían pizza. Nosotros nos adentramos hacia el centro del vestíbulo donde una palmera se perdía en las alturas. O dos palmeras. No lo recuerdo bien.

De pronto se hizo el silencio. Luis dijo: 

–Linda ¿Te gustaría salir conmigo?– En aquellos dos días había olvidado la belleza de Luis. Me había acostumbrado a ella. Pero vino a mi mente aquel primer pensamiento. No podía contestar. Aquel árbol espigado, enmedio de la noche, encerrado entre el cristal y el cemento, me tenía obnubilada.

Luís besó mi nuca  -Te dolerá el cuello si sigues así– Le miré y contesté: “Sí, quiero salir contigo”

Aquel jovencito de Ponce, hijo de la gobernadora, me llevó por la noche a nuestra atestada habitación de hotel, donde era la única chica. Antes de que llegaran los demás nos escondimos bajo la cama e hicimos el amor por primera vez y allí pasamos nuestra segunda noche en NY, tras nuestro recorrido turístico nocturno por las calles peligrosas y por las hermosas torres que ardieron 17 años después. Hace casi 20 años de aquello. El mundo es un lugar muy distinto. No puedo decir que me guste. Por cierto, esa foto que veis, me la hizo Luis.


Temas

Relaciones, amor, vida. Lo que de verdad importa

Sobre el autor

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid, escritora y gestora cultural. Investigadora de las relaciones humanas. Máster en sexología por la Universidad de Alcalá de Henares. Desarrollo trabajos como directora de comunicación


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