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Lola Gracia

Vivir en el filo

Los verbos del querer

 

 

 

 

En esta vida casi todo consiste en encender y apagar. El Génesis nos presentan a un Dios que afirma: “se hizo la luz” —luego llegaron las compañías eléctricas y sembraron la oscuridad con sus tarifas, pero esa es otra historia — Cuando toca, con un simple click, también estamos fuera de la vida. Se acabó. De la luz a la oscuridad media una existencia entera que, dicen los que han regresado, se nos aparece en fotogramas muy rápidos. Cada instante de felicidad, cada amargo trago.

Hay canciones que hablan de despertar el deseo  “come on baby, ligth my fire” y de apagar las luces  “Turn off the ligth”. Todo invita al juego, a la chispa del sexo.
Sin embargo, cuando nos metemos en los vericuetos de las emociones, del afecto, del erotismo con amor, la vida se complica. Porque el querer es complejo. Nuestro error es pensar que como el amor es algo mágico que sucede pocas veces en la vida él solito se va a ordenar y organizar. Pero como en todo, desde hacer un bizcocho, cuajar una tortilla o pintar una casa, son precisas unas reglas básicas. Hay que sentar unas bases.  En cualquier manual que consultéis, encontraréis aquello de que  el amor es pacto, compromiso y deseo,  porque sin ese ardor de nada sirven los otros dos elementos.

En el amor hay que saber asir pero también soltar (como explica en alguno de sus libros Ramiro Calle);  hay que hablar mucho; hay que descentrarse y centrarse. Muy complicado.  No permitirnos el egocentrismo salvaje ni que nuestra vida gravite alrededor del otro como si él fuera nuestro sol porque entonces nos perdemos.  Mi amiga Silvia Arenas sigue una ecuación muy simple, sumaria y eficaz: 50 para ti y 50 para los demásSi nos damos del todo, nos vaciamos, nos quedamos sumidos en la nada. Hechos unos zorros. Nadie te agradecerá esa entrega, nadie te la pide y, por desgracia, incluso es posible que ni la noten. Y después ¿Quién te rescata a ti de ese abismo blanco y helado de la desolación? Nada  merece caer en ese estado. Porque, además, es insano.

En el amor hay que respetar y respetarse; vigilar al fantasma verde de los celos. Hay que entregar. Es preciso tener sentido y sensibilidad pero no ñoñería. A veces hay que empujar al otro. Otras, dejar que nos achuchen y tiren de nosotros. Sí, amigos, hacen falta lecciones que podemos tardar en aprender décadas.  Y  ni por esas.
Los hay con suerte que encuentran maestros de la vida pero hasta que no sufres en tus carnes y experimentas la inutilidad del orgullo, del miedo;  lo estéril de la culpabilidad y ese fuego del “Odi et amo” que ya cantaba Catulo, de nada sirven manuales ni monsergas.

Después de las tormentas siempre se llega a la calma. Al equilibrio. Tengo claro que es algo que se da en la naturaleza, en la sociedad y también en las relaciones personales. A veces el equilibrio se basa en el desdén y en el conformismo. Ese no me vale. Llegar al centro de uno mismo y de los demás es un ejercicio de entrega continua a uno mismo y a los demás.

Si la entrega es sincera, los errores se superan, los descalabros se perdonan. Si el otro es terreno fértil , y no esa gente yerma  que vive inundada en sus propios prejuicios, rencor y odio,  ese amor siempre será luz. Incluso si quien emanó ese primer resplandor ya no se encuentra entre nosotros.  Encender y apagar. Parece muy simple pero algunos morirán sin saber en qué consiste esa chispa milagrosa.

Temas

Relaciones, amor, vida. Lo que de verdad importa

Sobre el autor

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid, escritora y gestora cultural. Investigadora de las relaciones humanas. Máster en sexología por la Universidad de Alcalá de Henares. Desarrollo trabajos como directora de comunicación


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