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Lola Gracia

Vivir en el filo

Fofisanos y colestericidas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No hay nada peor en este mundo que tener un novio que esté más  bueno que tú. Que se mire más al espejo que tú, que se pase la piedra pómez más veces al día que tú, que se depile más que tú. Un horror.

Cada día soy más fan del ejemplar “osito”, que siempre está dispuesto a protegerte en su regazo porque el vigoréxico es incapaz de abandonar un entrenamiento por una sesión de amor sin gasto calórico.

A ver, que lo que ansiamos es que nos mimen, nos quieran, estén pendientes—lo justo, sin agobiar— pero circula por el mundo un ejemplar de tío pagado de sí mismo, con complejo de príncipe azul, que siempre está en el papel pero que en el fondo no sale de él, ni de su eterno cortejo, ni de su perenne inmadurez, creyéndose el más sensible de los hombres sobre el planeta. Y no lo es. Nada le importa más que su legado amoroso de palabras vacías, huecas y mantenerse bello para saberse siempre objeto de deseo.

Por eso, no me parece tan mal la moda de los fofisanos. Vamos, el manolazo de toda la vida, con su poquito de panzita, que de vez en cuando hace algo de deporte pero que no se priva de una cerveza o una pizza y que, por supuesto, no te mira mal si osas comerte un trozo de queso parmesano.

Pero imaginad esos agonías que estudian las calorías de todo, que cada comida que hacen es casi un manifiesto de intenciones y que desconocen la palabra juego en sus vidas. Todo es competición. No saben dejarse llevar. Obsesos del control propio y ajeno.

A nadie le amarga la visión un tío guapo pero ¿Y todo lo que conlleva detrás? Los hay humildes pero los hay también chulos que se contonean como cabareteras cuando se saben observados. ¡Ay, bendito! A veces dan ganas de regalarles un litro de aceite corporal.

La bloguera Mackenzie Pearson, con algo más de 200 seguidores en Twitter, no sabía en el lío en el que se metía cuando le dio por acuñar el término Dad Bod a ejemplares como Leo di Caprio, que solían ser esbeltos pero ya no. La traducción que más ha triunfado  en nuestro país —según la herramienta Topsy, que te permite analizar las menciones en Twitter— es la de fofisano. Cierto, es un espanto pero ¿Con qué nos quedamos? ¿gordibueno? ¿loquifofi? ¿flaquigordo? ¿ o lorzalamero como he leído por ahí? ¿Y qué pasa con nosotras? ¿Por qué la barriga de ellos nos hacer sentir mejores? No estoy de acuerdo con la estudiante de la Universidad de Clemson (Carolina del Sur). Hay tíos muy buenos que consiguen hacerte creer que eres la reina de la noche. Esa sensación de protección, de ir pisando sobre seguro es algo que está en la mente más que en el cuerpo. No hay abdominal que sustituya la paz, el remanso, la plenitud de ese milagro que se llama amor y que tan pocas veces encontramos en la vida.

El físico no es lo fundamental, lo cual no significa veda libre para descuidarse y acabar hecho un gordo seboso mientras que nosotras vivimos pendientes del gimnasio y las cremas reafirmantes. Mi chico se tiene que cuidar. Punto uno y final. Prefiero al saniguapo sin complejos, sin prejuicios ni amarguras y, por supuesto, que me adore. Y si está algo fofo pues qué se le va hacer. La ley de la gravedad es inexorable pero huyamos de los pavigordos, de los colesterocidios y de la obsolecencia autoprogramada.

Temas

Relaciones, amor, vida. Lo que de verdad importa

Sobre el autor

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid, escritora y gestora cultural. Investigadora de las relaciones humanas. Máster en sexología por la Universidad de Alcalá de Henares. Desarrollo trabajos como directora de comunicación


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