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Lola Gracia

Vivir en el filo

Sobrevivir al genio

 

 

 

 

Todos los amores matan. Siempre. El auténtico amor es una fuerza transformadora que arrasa con antiguos hábitos, que nos hace valientes, osados, que detesta el Status Quo y que anhelará con vehemencia dinamitar el orden establecido. Pero hay amores que incluso sobrepasan esa barrera. Hay mortales que difícilmente encajan en la estructura básica que nos es común: huesos, vísceras, corazón, pasiones, celos, odios, posesión. Hay mortales dotados con el don de los dones. La fuerza creadora.

La creatividad puede ser una maldición para quien la padece. De hecho, diría sin ambagajes que lo es. Es una amante sin género que suele dar lindos hijos pero que deja innumerables víctimas en el proceso de creación.  El creador siempre andará con un leitmotiv en su vida. Alrededor de él construirá su cosmogonía particular y entonces, aparece la musa. Ese ser que Nabokov llamó Lolita, pero que se nos presenta a lo largo de la historia bajo otros nombres, otros rostros,otras anatomías. El creador se enamorará una vez y ciento de ella.  Le quitará todos los afeites que no encajan con su imagen ideal. Quizá unos tacones, quizá unos pendientes de perlas. Porque ella siempre es fresca y juvenil. Y llevará el pelo largo y jeans. Y detestará verla enfundada en un traje de noche aunque le resulte evidentemente hermosa. Porque ella no tiene ya derecho a ser ella. Ella nació, alguien la puso en este mundo pero una vez tocada por su mano ya no es ella. Es quien el creador decide que sea. Y se agarrará a una mirada de fuego, a una sonrisa limpia, a unos labios carnosos, a unos pechos casi adolescentes y recortará todo lo que le sobra.

El creador necesita a su musa pero, qué duda cabe,  todas las musas son respondonas,inteligentes. No se limitarán al papel que el creador se empeñará en darles.  La Elisa Doolittle de Pigmalion, le enseñará unas valiosas lecciones al profesor de fonética que vive una vida en su perfecto mundo de dialectos, diptongos, consonantes y vocales. Porque la existencia es mucho más rica. La florista del Covent Garden, que pisa el suelo, que se mancha los pies con el rocío de la mañana, que conoce todos los secretos de la calle, también posee otra fuerza creadora: la de la supervivencia. Y aunque el creador suele estar en su torre de marfil, en su bastión inexpugnable, finalmente se rendirá a los encantos de su musa –después de todo, está enamorado de ella– e incluso la escuchará y se dejará influir.Y de pronto, llega un punto en el que desconocemos de quién es el terreno que pisa cada uno. Quién influye a quién.

Como escribió un compositor amigo mío, llega ese momento: el de “Ya soy tú de tanto tú”. Y ahí se desdibujan las fronteras.

El genio creador es, ante todo eso, un genio. O sea, la mayor parte del tiempo, intratable. Será un mentor de su musa, la adorará, creará en torno a su figura, Incluso la supervisará, estará en todo momento pendiente de su cotidianidad: qué come, cuántas horas duerme, cómo y con quién;  cuáles son sus sueños, qué hace en su tiempo libre (que cada vez será menos porque él se ocupará de ir tejiendo a su alrededor horas de conversaciones, momentos robados, incluso besos y sexo robados, entre cuatro paredes, en la soledad de los creadores, en lo más alto de la más alta torre); guiará sus pasos cada día pero sin saber ni cómo ella también hará lo propio con él.

El genio, que la mayor parte de las veces es algo misántropo, que adora la soledad, se volverá manso a su lado, dulce y tierno pero también un rayo vengativo cuando la musa sobrepase esos límites en los que fue creada. Desde luego, no harán eso de comer dos veces por semana sin ganas de comer. Será cuando sea. Quizá todos los días de una semana mañana y noche. Quizá una vez cada dos meses. Porque entre el genio y la musa siempre media el destino, el muy cabrón,que se entromete, quizá muerto de celos.

Hay muchos ejemplos de musas con creadores.El más reciente, si nos atenemos a los rumores, el de UmaThurman con Tarantino. Pero también hubo otras parejas como aquella conformada durante unos breves años por Orson Welles y Rita Hayworth. En el rodaje de La Dama de Shangay el iluminador pedía cortar la secuencia: “¡Por favor, maquillaje, Miss Hayworth está sudando!”.  A lo que Welles respondía: “Miss Hayworth no suda, resplandece”.

Ser musa, sin duda, enaltece el ego, te coloca en un pedestal del que ya nadie podrá bajarte pero, también es insufrible en ocasiones. Los mortales normales y corrientes no te inmortalizarán en cuadros ni canciones pero, al menos, te dejarán respirar y ser como eres.

Sobrevivir al genio requiere de una fuerte personalidad y de la elasticidad necesaria para absorber como una esponja todo lo positivo que una relación así sin duda te aportará, sin poner en peligro la propia esencia y, en ocasiones, la cordura.

Temas

Relaciones, amor, vida. Lo que de verdad importa

Sobre el autor

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid, escritora y gestora cultural. Investigadora de las relaciones humanas. Máster en sexología por la Universidad de Alcalá de Henares. Desarrollo trabajos como directora de comunicación


mayo 2015
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