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Lola Gracia

Vivir en el filo

Fibonacci y las flores

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Todo es perfecto. Todos somos perfectos. Tienes un problema si crees que tienes un problema. Pero en verdad, el universo es sencillo, natural, fácil. Mira una flor. Su estructura, su número de pétalos, ubicados sobre el tallo siguiendo  —alineadas como majorettes— la sucesión de Fibonacci. Mira las espirales del universo, el dibujo de los copos de nieve, las células vistas al microscopio. Tú eres perfecto, como una flor, como el ritmo de las mareas, como el latido constante de nuestro corazón, como el incesante murmullo de la respiración, de la cual no eres ni consciente.

La verdad es esta: respiras y es gratis y estás vivo. Y no te percatas hasta que te alguien te hace tomar conciencia de ello.

La ciencia está cada segundo más cerca de Dios que de los laboratorios. Un ejemplo es la sucesión de Fibonacci: una serie de números naturales, que se suman de a 2, a partir de 0 y 1. La sucesión resulta siempre de la suma de los dos últimos números. Lo extraordinario de la serie es que cada uno de esos números se acerca a la denominada proporción áurea que era como los antiguos denominaban algo guay o cool. La proporción áurea resuena en el inconsciente humano. Arquitectos, escultores y músicos de todas las épocas la han empleado en sus obras. Algunos la han buscado, otros la usaron de forma inconsciente.

¿Por qué los cánones de belleza clásicos no pasan nunca de moda? ¿Por qué hay autores inmortales cuyas frases traspasan la barrera del tiempo? ¿No será que en verdad no hay tiempo y que el tiempo es relativo? ¿No será por eso que te emociona una frase de Víctor Hugo, una cantata de Bach o la misma cúpula Brunelleschi? ¿Y sabes por qué? Porque en el inconsciente todo acaba de suceder y porque en el inconsciente colectivo ese tiempo no existe. No hay distancia. No hay modas . Y si el arte surgido de esa misteriosa proporción aurea extasió a los griegos también te extasiará a ti si estás en esa onda.

 

¿No será que todos vivimos sumergidos en una atmósfera creada por nuestras mentes, que a su vez creó una fuente a la que estamos conectados? Mozart y tú sois la misma cosa. Como Mozart y la flor, como la genialidad de Leonardo de Pisa, el auténtico nombre de Fibonacci.

El universo se repite a sí mismo en un encadenamiento perfecto de formas, palabras y ritmos y casi me atrevería a decir que al ser humano le ha tocado en suerte el ADN más torpe de la cadena humana. Hay flores que crean sus propias vacunas cuando se ven amenazadas. El instinto animal escucha con más nitidez ese ritmo hipnótico, el baile de las esferas del universo y obedece a su conservación y procreación sin hacerse preguntas estúpidas.

No somos especiales, tampoco mendigos. Somos espejos de los otros y ellos de nosotros. Si entendiéramos esto, este lugar que habitamos que llamamos mundo, tendría otro sosiego. Nos empeñamos en buscar diferencias, que sí, que las hay, pero nuestra sustancia elemental es la misma. Sé que esto rompe con la tonteria millenial de distinguirse de los demás pero todos lo hicimos en su día, porque nuestros actos son una sucesión de Fibonacci y nuestra biografía está plagada actos y lugares que se repiten. Y esos actos y lugares y amores los repetirán nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos en el alineamiento perfecto de los números que alcanzan esa proporción áurea. Porque los milagros existen y para eso sólo hay que mirarte a los ojos y disfrutar de tu sonrisa.

Temas

Relaciones, amor, vida. Lo que de verdad importa

Sobre el autor

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid, escritora y gestora cultural. Investigadora de las relaciones humanas. Máster en sexología por la Universidad de Alcalá de Henares. Desarrollo trabajos como directora de comunicación


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