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Lola Gracia

Vivir en el filo

Desnudos


 

 







La humanidad se divide entre quienes glorificamos el cuerpo desnudo y quienes lo detestan, ocultan, rechazan; lo violan y agreden. Un cuerpo prestado que llevamos a cuestas y que bajo la ropa ofrece tanta información,  tanta verdad acerca de nosotros: cicatrices, prominencias, vellosidades. La piel que se agrieta o se eriza, que se tensa o relaja. ¿Mostrarnos desnudos es mostrarnos tal como somos en verdad? No estoy tan segura. Vivimos una banalización del desnudo extensible al kalós y agazós que predicaban los griegos. Ni todos los desnudos son hermosos, y mucho menos verdaderos, pero, sin duda, todos captan nuestra atención.


Miley Cirus aparece al final de su último video clip, “Wrecking ball“, como su madre la trajo al mundo sobre una bola de demolición. Dicen que todo esto lo hace para romper su imagen de niña Disney. Lo está consiguiendo pero ¿Por qué todo este revuelo? Porque hay un poso de falsedad. Nada que ver con Madonna y su “Erótica”. Ella sí es así: arrolladora, atrevida, transgresora, sexual.

 El desnudo de los afectados por las preferentes; el de aquel tipo que denunciaba los crímenes de la CIA frente a la Clínica donde se recupera al Rey, no es el mismo desnudo que colgó Paco León para celebrar su millón de seguidores en Twitter, aunque ambos son igual de “verdaderos”. La imagen de Lennon y Yoko  en su encamamiento contra la Guerra de Vietnam es diferente de las performances que ejecuta el colectivo Femen,  ya más famosas por mostrar los pechos que por las causas que defienden.

El desnudo ha encumbrado a algunas actrices (Sylvia Kristel) y ha destrozado a otras (Elizabeth Berkley). Hay desnudos portentosos como el de Viggo Mortensen en “Promesas del este” y otros aterradores, como el de Stallone en “Demolition man” y los hay que han llenado el mundo de una belleza irrepetible: la Victoria de Samotracia, el David de Miguel Ángel, la Venus de Velázquez y la de Botticelli, al templo hindú de Khayuraho. Otros desnudos nos han llenado de vergüenza: el de aquellos humanos inertes apilados como trapos sucios en los campos de concentración.

Somos animales frágiles y sin ropa, aún más. Mostrarse desnudo ante el mundo puede ser una pose, un fake, una moda. Incluso una moda peligrosa. Las damas de la época previa al bonapartismo mojaban sus sedas para que se ciñeran al cuerpo en el húmedo y frío París. Algunas fallecían de unas neumonías tremendas. Al mal lo denominaban la enfermedad de las muselinas. Mostrarse desnudo ante el mundo puede ser también una alegoría de los tiempos que vivimos de auténtica incertidumbre, de no saber si mañana nos encontraremos con una mano delante y otra detrás. La desnudez oscila entre el exhibicionismo y la entrega real. Una especie de “ved como soy, aquí no hay trampa ni cartón y, mucho menos, retoques de photoshop”

Pero el desnudo sólo nos impacta a la cultura eurocentrista, en otros lugares del mundo ha sido y es completamente irrelevante. No hay morbo, ni curiosidad. No hay magia.

Mostrar el cuerpo ha coincidido siempre con episodios brillantes de la civilización humana, mientras que ocultarlo era cosa del medievo y los fascismos pero mostrarse hoy día no siempre responde a la exaltación de la belleza, sino a una obsesión irremediable por la imagen ¿Cuántas celebrities han sido pilladas haciendo un sexting?. El pan nuestro de cada día. Lo hacen a diario miles de adolescentes y también miles de adultos. De esta forma, el desnudo de los griegos ya no son cánones y proporciones sino píxeles del deseo, quizá bellos y verdaderos, que vuelan por el ciberespacio.

Temas

Relaciones, amor, vida. Lo que de verdad importa

Sobre el autor

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid, escritora y gestora cultural. Investigadora de las relaciones humanas. Máster en sexología por la Universidad de Alcalá de Henares. Desarrollo trabajos como directora de comunicación


septiembre 2013
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