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¡Me han robado el pasaporte!

Aquello tan repetido de “los tiempos cambian” siempre suena a tópico. Pues bien, en materia de robo de pasaportes se ha dado un salto al abismo. Hemos pasado del “pequeño delincuente”, con buen corazón, a un mercado mundial de compraventa de pasaportes y otros documentos primos hermanos suyos de menor valía internacional. Y el tema rompe ya las estadísticas. Es rara la noticia de algún accidente aéreo dónde no haya algún pasajero con pasaporte robado.

Les cuento la explicación. Antes, cuando un ladrón nos robaba la cartera, cogía el dinero y, después, él mismo la depositaba en un buzón de correos cercano con todo dentro (salvo el dinero, claro): el DNI, las tarjetas de los bancos, las de visita… Y hasta lo considerábamos una buena persona, pues entendíamos que robaba por pura necesidad y, en un acto de bondad, devolvía todo lo demás.

Este “pequeño delincuente” ya no existe. Ha pasado a ser cosa del pasado más lejano. La situación ha cambiado de forma radical. Hoy, una persona que roba una cartera, él piensa que es un “autónomo”, que no tiene jefe. Pero… está trabajando –sin él saberlo- para una organización criminal, que no se deja ver, que está en la sombra.

Ahora, ya no echa nada al buzón. Pues la organización para la que trabaja –sin estar dado de alta en ella, por supuesto-, le paga una elevada suma de dinero por estos documentos robados. Cada uno tiene su precio. Tanto por una tarjeta visa, otro tanto por un pasaporte. Después de un tiempo –más o menos largo-, la organización los utilizará.

Actualmente, los pasaportes que están más cotizados en este mercado internacional del robo de pasaportes son los japoneses, porque en muchas situaciones los pueden utilizar tanto para chinos como para japoneses, pues pocos serán los que adviertan esta duplicidad de uso posible.

Uno de los lugares con más éxito en estos menesteres son los aeropuertos. La seguridad en ellos está dividida en capas. En la “capa blanda” es dónde esta actividad delictiva tiene mucho trasiego. Es la zona de facturación en la que aún no hay operativos de seguridad electromagnéticos, tan sólo cámaras y personal de vigilancia. Los españoles somos reacios a hacer una cola en hilera ordenada. Nos solemos agrupar, pendientes eso sí, de que no se nos cuele nadie. Ahí sí que damos la talla. Si vamos en grupos grandes, entonces “la cola” no se ve. De lejos parece una pequeña manifestación. Y claro, esta idiosincrasia es vista por un ladrón como una gran “oportunidad de negocio” para poder robar un pasaporte en un pequeño descuido, donde la aglomeración impedirá ver quién fue el autor.

No nos quedará otra alternativa que poner una denuncia en el propio aeropuerto. Pero, mientras que acudimos a la zona para tramitarla (que si el aeropuerto es grande, a buen seguro estará en la terminal más lejana); hacemos cola y, obtenemos –por fin- un duplicado del pasaporte, es posible que el avión ya haya despegado y hayamos perdido el vuelo, pues no nos esperará por este motivo. Resultado: Un doble disgusto, además del robo, la pérdida del vuelo. ¡A ver quién lo supera! Uno pasará de la alegría de un viaje, al llanto desconsolado al quedarse en tierra por el avión que despegó sin nosotros. Eso sí, con un pasaporte nuevo y reluciente.

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