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Viajamos… ¡al interior de una casa japonesa!

En nuestro viaje de hoy tal vez pequemos un poco de cotillas porque nos vamos… ¡al interior de una casa japonesa! Pero, seremos muy respetuosos en este –casi- delito de “allanamiento de morada” sui generis.
Nuestra relación con los japoneses nos divide un poco el alma. Andamos en los dos extremos: entre la incomprensión y la admiración. Sí, los japoneses, para algunas cosas, son raritos. Pero también, en muchas ocasiones, nos dejan pensando: “¡Qué listos son!”

Si tuviéramos que resumir en una sola palabra nuestro viaje, sería DELICADEZA. Tienen muchísima consideración hacia los demás. Por ejemplo, en el metro todos están entretenidos usando sus teléfonos móviles, pero no hablan, ni se oye una señal de llamada.

En las calles hay colocadas unas placas en el suelo a modo de tapas de alcantarillas que recuerda que está prohibido fumar en esas calles. Suele ser en zonas muy transitadas. Ya que, si lleváramos un cigarrillo encendido, al bajar el brazo, quedaría el cigarro a la altura de la cara de los niños. De ahí la prohibición.

A la hora de construir las casas, rige una ley sobre una edificaciones futura. Se proyecta cuál va a ser la sombra que va a tener el inmueble una vez esté terminado y, se indemniza a los vecinos que vayan a tener esa sombra.

O, a la hora de comprar un coche nuevo, antes deben contar con un lugar en el que lo van a dejar aparcado. Así evitan que la calle se llene de vehículos. Y sólo cuando ya se dispone de un lugar para aparcarlo, se autoriza la compra.

Contagiados con esta delicadeza, entramos en una casa japonesa. Nosotros medimos nuestros inmuebles por metros cuadrados. Allí lo hacen por esteras (lo que mide un tatami: 80x2metros). El estándar de una habitación es aproximadamente cuatro esteras y media.

Cuando cruzamos el umbral, hallamos el rincón de las zapatillas. En nuestras casas en el hall solemos tener un paragüero, un perchero, una mesita para dejar las cosas, una lámpara… Allí, se descalzan nada más entrar y los zapatos se cambian por unas zapatillas. Una vez dentro de la casa propiamente dicha, hay una parte especial acotada, la de mayor rango. Es la “zona del tatamí”. En ella no se puede entrar con zapatillas, únicamente descalzos o con calcetines. Si a un invitado se le deja esta zona, es una muestra de distinción hacia él por ser la de mayor consideración.

En la casa donde yo vivía me dejaron la “zona del tatami”; Sí, sí, la de mayor honor y que no se podía pisar con zapatillas. En un descuido, una vez olvidé quitármelas antes de entrar. En mi defensa les diré que iba con prisa a coger algo que se me había olvidado. No me vio nadie. Pero, finalmente confesé estas pisadas. Pues la delicadeza termina siendo contagiosa.

El juego con la luz es todo un arte. En España es normal decir aquello de: “¡Qué casa tan luminosa!”. En Japón es la luz indirecta la que cotiza al alza. Lo consiguen con muchos trucos. Las paredes se desplazan lateralmente. Son de madera, con cuadrículas, que permiten dejar pasar la luz, pero no la vista. En la fotografía se aprecia este detalle. Se logra además una óptima ventilación de las habitaciones.

El tejado forma parte también de este todo armonioso. Es de mayor extensión que el perímetro de la vivienda. Se logra con ello crear un pasillo exterior alrededor de la misma que separa la vivienda del jardín. De este modo, además, la luz penetra en la vivienda con menos intensidad.

Pues sí, como les decía, son listos, ¡ya lo creo!

 

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