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Plasencia a mordiscos

 

Despensa a la vista

Una pista nos la da el nombre de la ciudad que ya suena a “placer”. Viene de “Ut placeat Deo et hominibus” (para el deleite de Dios y de los hombres). Así que, en este viaje vamos a ser muy obedientes y no nos saldremos del tenor literal latino. Sí, sí, nos vamos a deleitar el paladar (bueno, y con él, la vista un poquito también).

Les aviso, vamos a mover mucho los jugos gástricos en este recorrido. Y es que… ¡Plasencia es una ciudad de esas para comérsela! 

Queso cuasi líquido

En nuestras casas solemos guardar los alimentos en un lugar cerrado, un poco oscuro y casi siempre más pequeño de lo que nos gustaría. En Extremadura se lleva todo lo contrario: “la despensa está al aire libre”, grande en extensión y a la vista de todos. Hablamos de la dehesa que es per se donde se encuentran “los ingredientes” de la cocina extremeña.

Antes de llegar a la ciudad, cuando vamos por la carretera, ya a ambos lados se puede ver el paisaje extremeño de la dehesa con las encinas que alimentan –¡y bien qué lo hacen!- a los cerdos criados en libertad. Luego el embutido que nos dan en los bares con la primera bebida, sabe a gloria. Hasta las florecillas blancas que vemos junto a las carreteras las utilizan a modo de pequeño adobo.

Otro manjar es un queso de “toma pan y moja”. Sí, el famoso Torta del Casar que es puro líquido. Para conocer bien la cocina extremeña yo participé en un concurso al estilo de masterchef guiada por los maîtres de algunos de los restaurantes con más arraigo de Plasencia. En esta prueba, uno de los premios era uno de estos quesos debidamente custodiado en su vasija de barro. Pero… ¡No tuve suerte! Tengo que reconocer que me daban mucha envidia los ganadores.

Eso sí, el concurso tuvo un gran aliciente. En él, el extremeño Nico Jiménez fue quien cortó las lonchas de jamón… ¡casi transparentes! Y que se salían de plato. Por esta maestría tiene el honor del reconocimiento guinness a la loncha de jamón ibérico más larga del mundo en 2010: ¡Más de trece metros de ricura! Lo suyo es puro arte. Da gusto verlo trabajar en directo. En Tokio, que fue donde se celebró la prueba, fueron necesarios más de veinte platos para sujetar esta “tapa”, que pesaba más de dos kilos. La cara de felicidad de los japoneses, asombrados y con ganas de aprender a cortar jamón, lo decía todo.

En Plasencia el paso del tiempo no lo señala el calendario, lo marca la gastronomía y más concretamente, una fruta.

El arte de cortar jamón

Sí, hablamos de las cerezas. Yo iba a los supermercados a comprar y en todos me decían: “Las cerezas están a punto de llegar, este fin de semana ya han ido los primeros recolectores”.

Y es que desde la explosión de la belleza con la floración (entre marzo y abril) hasta que la naturaleza se toma su tiempo, madura y, por fin, brota la fruta (mayo) ya a los habitantes se les nota algo inquietos, deseando recibir esas cajas repletas de “pelotas rojas sangrantes al morderlas”. 

Cuando la Naturaleza hace magia

Si visitamos Plasencia en este intervalo en el que aún no podemos comer las cerezas (pues la naturaleza requiere su tiempo), nos quedan algunos consuelos también sabrosos como la mermelada o el licor de cereza. Ah, y también alguna cerveza hecha con esta fruta. Quien no se consuela…

Para el caso de que después de esta ruta gastronómica por Plasencia les haya entrado un poquito de hambre, tengo la receta del gazpacho de cereza que me pasan por cortesía desde la guía del ocio de Extremadura y que en la última edición de la “fiesta de la cereza” gustó muchísimo. Yo he triunfado con ella entre un grupo de comensales amigos que la han probado por primera vez. Si gustan, no tienen más que pedírmela.

Y después de tanto manjar, sólo me queda añadir aquello de… ¡Bon apetit! Pues como ven Plasencia es un placer para el paladar. ¡Qué listos quienes le pusieron el nombre a la ciudad!

 

 

 

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