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La ruta de la sal

 

¿Se animan a un viaje en el que se podrán dar un baño de lodo? Contamos con una guía peculiar en el recorrido: la sal. ¿La seguimos a ver hasta dónde nos lleva?

Flamencos en la charca de almacenamiento

Es un recorrido con un toque especial pues pasaremos del estado líquido, al sólido. Y del color transparente, al blanco (con una parada, si tenemos suerte, en el rosa).

El punto de partida es, evidentemente, el mar. Y, el de llegada: la mesa (o la cocina).

Les llevo hoy al Parque Regional de las Salinas de San Pedro del Pinatar en Murcia. Este recorrido lo he hecho muchas veces: andando, en bicicleta y en coche. Cada uno tiene su puntito de aliciente, pero por ahora mi favorito sigue siendo en bicicleta. Eso de ir pedaleando, con el mar a los dos lados, tiene mucho encanto.  Y es una ocasión de esas casi únicas en el mundo.

Este recorrido pasa por tres “etapas” (muchas menos que el tour de Francia).

La primera parada es la charca de almacenamiento. En ella nos podemos dar un baño de lodo. Al principio, la cosa puede asustar un poco por aquello de untarse de tierra mojada todo el cuerpo de arriba abajo, y esperar a que se seque y llegue ese momento en el que nadie conoce a nadie al ir “disfrazados de hombres de barro”. Hay que superar, también, alguna reticencia por el olor del cieno. Un taxista me contó que él siempre se había reído de la gente que venía desde lejos con el solo propósito de embarrarse. “Están locos” se decía cuando los dejaba. Y, ¡vueltas que da la vida! justo antes de jubilarse, el médico le dijo que sus problemas de espalda sólo se curarían si se daba estos “baños de lodo” (de los que él tantas veces se había reído). Finalmente se embarró y… ¡menuda mejoría!  Yo cuando lo veo, a caso hecho le pregunto qué tal va la cosa de los lodos. Y me dice que, desde entonces, está hecho un chaval.

Una de espías

En esta primera parte de la ruta de la sal, además de darnos un baño, nunca vamos a estar solos. La “compañía” es de lo más variopinta. Más de 150 aves diferentes van con nosotros, según cuál sea la estación del año. Los flamencos siempre son los más llamativos. No dejen de prestar atención a la sonoridad de esta etapa del viaje que es digna de una orquesta sinfónica. Hay lugares para poder “espiar” sin peligro de ser vistos. Poder diferenciar por el oído unas aves de otras a mí siempre me resulta complicado. El centro de visitantes es de gran ayuda pues tiene pistas sonoras de cada especie y como “chuleta”, inicial antes de emprender el viaje es buena cosa. Aquello de: “menuda fauna” en este lugar tiene un significado literal grandioso.

“Olas” de sal

Casi un espejismo

El viaje con la sal pasa a unas segundas charcas: las calentadoras. Y de ahí, llega a la tercera, donde en ésta ya, aquellos “compañeros de viaje” sí nos abandonan, pues apenas hay ya vida animal en la charca cristalizadora. Si este viaje lo hacemos en verano esta última balsa de agua se transforma en color rosa. ¡Espectacular! Es la sensación de tener un espejismo ante nosotros.

Aún así, en otoño, justo antes de la recogida de la sal, parece que estemos ante una montaña nevada. No se distingue dónde empiezan las nubes. ¡Precioso! Desprende tanta luminosidad que casi te obliga a parpadear más de la cuenta.

Y una vez recogida la sal de esta charca, terminaremos nuestro recorrido con aquello que a todos nos resulta tan familiar en la cocina o ya sentados a la mesa de “pásame la sal”. Y sí, mi deseo en el punto de llegada de este viaje no es otro que el de: ¡bon apetit!

Les dejo, sigo con mi bici hasta la lonja de San Pedro del Pinatar que allí el pescado del Mar Menor es pura delicia con su puntito de sal y, también de limón que estamos en Murcia.

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