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Ana María Tomás

Escribir es vivir

VENGANZAS


En las cartas de tarot, cuyo origen se remonta a los egipcios, quienes, a su vez, lo habrían tomado de sabios de culturas anteriores, se resume en imágenes la historia del mundo y del universo. Sus distintas combinaciones muestran el juego ondulante de las fuerzas universales, pero, fíjense, yo creo que la carta número X, llamada “La fortuna” es la que resume al resto de las cartas. Para representar a La Fortuna se muestra una rueda con tres figuras, tres monitos, y el que está en la parte de arriba -los otros quedan a los laterales- tiene una corona y una espada en la mano. Pienso que es suficiente descripción para que todos consideremos lo difícil que es mantenerse en equilibrio sobre una rueda giratoria, con las manos ocupadas y con una corona sobre la cabeza. Vamos, que está clarito que quienes un día están en lo alto de la fortuna o de la rueda de la Vida, mañana mismo pueden estar aplastados por esa misma rueda.

Dice un hermoso proverbio: “Procura que tus palabras sean dulces porque llegará un día en que te las tendrás que comer”. Lo que ocurre es que, mientras se está en la cima, se olvida esa fragilidad de equilibrio y se piensa que ese estado es para siempre. Entonces, si no se tiene una estructura recia de valores, si no se es dueño de un noble corazón, y uno se permite disparatar y dar cabida al orgullo, a la soberbia, a la vanidad, a tantas y tantas cosas que acarician y llaman con su voz de sirena a lo profundo del ego… entonces se está perdido porque aquellas víctimas que se dejan en el camino llegará un día en donde, por ese mismo efecto giratorio de la rueda de la Vida, estarán situadas arriba, que tendrán la sartén por el mango y que, posiblemente, no les dolerán prendas o no tendrán duda alguna en soltar el sartenazo sobre quienes antes lo descargaron sobre ellos. Venganza. Dicen que devolver esos golpes es pura y dura venganza, algo innoble, propio de personas resentidas que no vacilan en mantener sus heridas abiertas para seguir recordando que se las hicieron.

Si se molestan un poco en buscar el pensamiento de grandes hombres con respecto a la venganza comprobaran que, la mayoría de ellos, detesta la venganza porque piensa que es plato que, por sabroso que sea, está condimentado en el infierno. Ellos mantienen la idea de que vengarse sólo iguala con el enemigo, además de que es producto de personas débiles, de pequeñas almas, de retorcidos. Y que, resarcirse de un mal con otro, nunca borra la herida. La verdad es que, salvo la archiconocida frase de “La venganza es un plato que se sirve frío” poco más hay para animar al personal a sacar sus afilados dientes sobre quienes antes les lanzaron a ellos dentelladas.

Todo esto está muy bien para reflexionar, para filosofar, para mantener una cierta distancia ante el dolor que unos ejecutan sobre otros, pero ¿realmente, la mayoría de los mortales actúa como esos grandes pensadores dicen? ¿Se perdonan las ofensas, las heridas, las maldades hasta el punto de no devolverlas cuando se tiene ocasión? Porque aquí, lo peor de todo, o lo mejor, nunca se sabe, es que siempre se tiene oportunidad de devolver lo recibido, tanto en lo bueno como en lo malo, recuérdese el “Siéntate a la puerta de tu casa, y verás pasar el cadáver de tu enemigo”. Y ahora piensen ¿nos sentamos y nos perdemos? O nos salvamos, como dice un anónimo pareado: “Quien perdona pudiendo vengarse, poco le falta para salvarse”, aunque yo prefiero las hermosas palabras del poeta Rudyard Kipling: “Si siendo odiado, al odio no le das cabida/ (…) tuya es la tierra y todo lo que en ella habita/ y lo que es más, serás hombre, hijo mío”.

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