Un demagogo ateniense llamado Hipérbolo fue el último político condenado al ostracismo por los ciudadanos de Atenas, en el 417 antes de Cristo. El ‘óstrakon’ era un trozo de terracota en forma de concha donde se escribía el nombre del gobernante a quien se proponía repudiar, de tal suerte que si uno de los involuntarios candidatos se hacía en el escrutinio con la mayoría absoluta de las conchas depositadas en el ágora, estaba obligado a abandonar la ciudad en diez días, para no regresar en diez años. De ‘ostrakon’ procede el vocablo ostracismo, y de ‘ostraca’ -su plural- estaría bien que los colegios electorales proveyeran también a los votantes, junto con las papeletas para elegir a los nuevos concejales y diputados regionales. Los políticos de Atenas podían ser desterrados por deshonestos o simplemente por zánganos, si el pueblo entendía que habían vivivo del cuento en lugar de entregarse a su obligación representativa. Tengo la impresión de que, si el ‘óstrakon’ se incorporara a los comicios de ahora, muy pocos de aquellos a quienes prestamos el voto en 2011 estarían habilitados para repetir en las candidaturas del 24M, y sospecho que muchos tendrían incluso que hacer la maleta, aunque solo fuera por la futilidad con que han pasado por la vida pública. Pensemos a cuántos de los que elegimos hace cuatro años con ilusión democrática seríamos capaces de recordar hoy por sus nombres -que no es mucho pedir-, y comprenderemos cuán útiles serían aquellas conchas de terracota.