‘Todo lo que era sólido’, de Antonio Muñoz Molina, evoca la insensatez de un tiempo vaporoso
Acaba de salir del horno ‘Todo lo que era sólido’, un lúcido ensayo de Antonio Muñoz Molina que narra con cuánto estrépito hemos viajado, en un plis plas, desde la omnisciencia a una incertidumbre que acongoja. El libro refleja la estupidez de España, la insensatez colectiva de un tiempo vaporoso en el que la palabra ‘pelotazo’ se usaba admirativamente. Éramos ricos, la octava potencia, el país con más kilómetros de alta velocidad, que jugaba en la Champions y se retaba con Alemania, y lo hacia con la aquiescencia de ‘The Economist’. Recuerda Muñoz Molina una reunión en La Moncloa con Rodríguez Zapatero en la que participaron también César Antonio Molina y otros directores del Instituto Cervantes, para el que pedían al presidente un aumento presupuestario: «’Hay dinero -recuerdo que nos dijo-. Hay mucho dinero este año. Y el año que viene habrá mucho más. La economía va como un tiro. Tendremos superávit’».
Era 2004, ayer mismo. Hoy, curados ya de aquellos delirios, nos sabemos pobres. Y, lo que es peor, parece que a esta birlocha le queda mucho carrete aún, por lo que tardaremos una eternidad en pagar la factura del descorche. El Gobierno regional nos está confeccionando estos días un traje a la medida del déficit. Otro más. A la ya escuálida cuenta autonómica, tiene ahora el consejero Bernal que restarle 250 millones, tirando por lo bajo, según la penitencia impuesta por Montoro, el ministro de la sonrisa conejil. Poco sabemos de los sacrificios que acechan a la vuelta de la esquina: quizá otra subida de las tasas universitarias, tal vez un nuevo tijeretazo a los funcionarios, quién sabe si el cierre de algún centro de salud, o puede que todo ello a la vez. Cualquiera que sea la fórmula elegida, seguiremos alejándonos del mundo feliz en el que nos habíamos instalado cual okupas.
‘Todo lo que era sólido’ evidencia hasta qué punto fuimos inconscientes, e ilustra con ejemplos y vivencias del autor las canalladas que perpetramos, mejor dicho, que algunos perpetraron: alcaldes entregados al medro, concejales que confundieron la cultura con la verbena, gobernantes que abrazaron la avaricia, y que cambiaron a funcionarios competentes por asesores complacientes que les seguirían el juego.
España entera era una juerga. Ahora esto resulta obvio, pero en su momento se nos hizo invisible, cegados como estábamos por la vacuidad, y no nos dimos cuenta de que, como apunta Antonio Muñoz Molina, todo lo que era sólido se nos ha desvanecido en el aire.