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Miguel Rubio

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Recuerdos para el Casino

La cara más amable del ‘boom’ minero de Mazarrón (tan alejada de la miseria de cientos de familias de trabajadores, de las duras condiciones laborales y de la tragedia de los terribles accidentes en la oscuridad de las galerias) la ofrece el Casino, un edificio que sirvió para el entretenimiento de los linajes más influyentes que hicieron fortuna con el negocio del plomo y la plata. Tras años de abandono, el inmueble afronta una nueva etapa con el anuncio de su rehabilitación. El primer paso ¬la consolidación de la estructura, al borde del colapso y la ruina¬ ya se ha dado y el compromiso ahora es incluir la esperada restauración integral en los Presupuestos municipales de 2020. La singular construcción de dos plantas data del último tercio del siglo XIX. La fecha de inicio de las obras no se conoce, pero sí han quedado referencias acerca de que las primeras fiestas de la burguesía local se celebraron en el verano de 1889. El edificio fue primero residencia y oficina, para luego transformarse para uso recreativo. Su portada más noble (que da a la plaza del Ayuntamiento) destaca por una equilibrada composición, gracias a la distribución de los balcones, y una decoración a base de sillería, almohadillado de china de playa y piedra artificial. No menos elegante resulta la fachada trasera, con un mirador de madera, coronado por un alero de chapa de zinc, y una cancela tan sencilla como original. El autor del proyecto sigue en el anonimato, pero hay quien aprecia en el ornato exterior la mano del arquitecto Francisco de Paula Oliver Rolandi, que por entonces ya trabajaba en los últimos detalles de la vecina y monumental Casa Consistorial, su obra más destacada en Mazarrón, antes de su marcha a Cartagena donde dejó otras obras de relevancia. El Casino, también conocido como Ateneo Cultural, acogió los saraos y ágapes de las clases más favorecidas por esa riqueza arrancada de las entrañas de la tierra. Y la fiesta no se detuvo hasta que los pozos del distrito dejaron de producir.

Fachada principal del Casino de Mazarrón. P. RUBIO

Fachada principal del Casino de Mazarrón. P. RUBIO

Ahora que la rehabilitación parece estar entre las prioridades del nuevo equipo de gobierno municipal, otra duda quedaría por despejar: qué destino dar a las dependencias del Casino tras su recuperación. De momento, la decisión no está tomada, pero hay quien se decanta por un uso cultural y turístico. Quizás sea el momento de recordar, en esas estancias de toque modernista y comunicadas por una escalera de caracol atribuida al famoso fundidor Antoine Durenne, a algunas de aquellas sagas que vivieron en primera persona la fiebre minera. A los Albacete (ellos cedieron el edificio del Casino) y los Ríos, accionistas de las primeras sociedades constituidas para hacerse con las concesiones del distrito. Al alcalde y empresario José Esparza Alcaraz, con mil operarios a su cargo y propietario de varias fundiciones.  Al también regidor Juan Alfonso Oliva y a su cuñado el polémico primer edil Ginés Granados, ambos impulsores de algunos de los equipamientos municipales de esta época de bonanza y que yacen en el mismo panteón. Al médico y cirujano Filomeno Hostench, hombre de buen corazón que llevó los negocios familiares de la mina Usurpada. A Norberto Morales, que de carretero medró a empresario minero y que enterró en una misteriosa tumba, vigilada por dragones y cubierta con palio de hierro, a su hijo pequeño, muerto a los 17 años de un disparo. A la tiple alicantina Rigoberta Samper Santacruz, que un día llegó para una actuación y, por amor, ya se quedó para siempre en este pueblo…  Tantos nombres y tantos recuerdos que dan para llenar un museo.

Nuestro patrimonio cultural en pequeñas dosis

Sobre el autor

Mazarrón, 1967. Periodista de 'La Verdad' y guía oficial de turismo.


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