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Ana Ballabriga

A cara de libro

Drogas y escritores

Edgar Allan Poe tuvo problemas con el alcohol, el opio y el juego. Hemingway consumía absenta para inspirarse antes de escribir sus obras.

Foto: Kellepics

Marguerite Duras alternaba severos periodos de abstinencia con comas etílicos. Pero no solo eso, además de las drogas, las páginas de la historia de la literatura se han llenado de escritores con terribles y diversos problemas psiquiátricos. Lovecraft fue enfermizo y retraído, criado por una madre posesiva, y sufrió diferentes fobias, entre ellas, al sexo. Virginia Woolf padecía depresiones y acabó su vida sumergiéndose en el río Ouse con piedras en los bolsillos.

Existe una visión romántica acerca de la unión entre una vida trágica o disoluta y la creación artística. Truman Capote resumía muy bien esta idea: «Soy Alcohólico, drogadicto, puto y un genio». Abusos sexuales en la infancia, trastornos de alimentación, divorcios sucesivos, infancias con padres ausentes, negación de la homosexualidad… todo ello conforma el universo en el que, según esta visión, se crea el caldo de cultivo de la alta literatura.

Truman Capote resumía muy bien esta idea: «Soy Alcohólico, drogadicto, puto y un genio».

Y este enfoque se sigue alimentando hoy en día con nuevos artículos y ensayos donde la calidad literaria del escritor se combina a la perfección con su tragedia vital. Se mantiene la creencia, pues, de que el arte solo puede surgir a través del sufrimiento. Pero entonces, ¿un inspector de Hacienda, felizmente casado, padre de dos niños y que llega holgadamente a fin de mes no puede ser un gran escritor? Para conseguirlo, ¿debe divorciarse inmediatamente, distanciarse de sus hijos, renunciar a su sueldo de cuatro cifras y atiborrarse a vino de supermercado?

¿Un inspector de Hacienda, felizmente casado, padre de dos niños y que llega holgadamente a fin de mes no puede ser un gran escritor?

Quizás mediante esta asociación, la de la creación (o la vida) y la de la autodestrucción (o la muerte), en el imaginario de los lectores se despierta el morbo de asomarse al abismo, sin ser la propia integridad la que está en juego.

Cierto es que el ideario sobre el escritor se ha renovado, ya no nos lo imaginamos escribiendo en buhardillas parisinas. Pero sí que sigue existiendo una fantasía alrededor de los escritores (de los escritores geniales) llena de excentricidad, egocentrismo y tragedia. Sin embargo, los trastornos psiquiátricos rara vez están asociados a la genialidad, y la buena literatura es producto, entre otras, de una combinación entre inteligencia, capacidad de observación y reflexión.

Alice Munro, madre de tres hijos, se ganaba el sueldo regentando una librería hasta que consiguió vivir de su obra.

Así que reivindico la asociación entre genialidad y vida dentro de los límites de la normalidad (normalidad, ese término tan voluble). Aunque sus trayectorias vitales carecieran de la extravagancia de otros, y, por tanto, sus biografías no sean tan vistosas y fáciles de vender, tomemos ejemplo de escritores como José Saramago, que fue agente de seguros y activista político, y que murió de leucemia en su casa acompañado de su segunda mujer, hechos que no le impidieron conseguir el Nobel de literatura. O el de Alice Munro, también ganadora del Nobel, madre de tres hijos y que se ganaba el sueldo regentando una librería hasta que consiguió vivir de su obra.

Y dejo una pregunta en el aire: ¿Poe, Hemingway, Duras, Lovecraft, Woolf o Capote habrían sido igualmente geniales sin sus terribles trayectorias vitales? ¿Quizás habrían sido aún mejores?

Reseñas y otros desvaríos literarios

Sobre el autor

Escritora, formadora y podcaster / Escribo novelas de misterio a cuatro manos con David Zaplana. Ganamos el Premio Literario de Amazon / Podcast "Un día de libros" / Vídeos sobre novela negra y policíaca en Zenda Libros / www.ballabrigazaplana.com / Instagram-Twitter-Facebook-TikTok: @BallabrigaAna