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Ana Ballabriga

A cara de libro

Las sagas familiares literarias

Les pregunté a mis hijos qué querían ser de mayores. Ninguno de los dos me dijo que su sueño fuera ser escritor. Y me quedé pensando en si esto sería lo habitual: que los hijos de los escritores quisieran dedicarse a cualquier cosa menos a escribir.

Foto de Kha Ruxury

Cuando me pregunto lo mismo con otro tipo de artistas, me vienen a la mente sagas de tres e incluso cuatro generaciones de actores: ahí tenemos a los Bardem, cuyos orígenes se remontan al siglo XIX; tampoco es difícil pensar en algunos toreros hijos y nietos de torero, como los Rivera; también sagas de cantantes e incluso de payasos. Pero ni rastro de sagas de escritores. Si hurgamos en el tema, podemos rascar a Alejandro Dumas padre y Alejandro Dumas hijo, ahí termina la saga. También está Joe Hill, el hijo escritor de Stephen King. Alguno o alguna más habrá, no lo discuto, pero es difícil de hallar una saga familiar de escritores y, más aún, que perdure tras dos generaciones.

Es difícil de hallar una saga familiar de escritores y, más aún, que perdure tras dos generaciones.

Respiro aliviada al pensar que esto le ocurre a la mayoría de los que se dedican a este oficio, y que la falta de continuidad tiene que ver más con la profesión en sí que con la relación familiar. Entonces, ¿qué les pasa a los escritores para que sus hijos no sueñen con seguir sus pasos? ¡Hasta los fontaneros tienen hijos fontaneros! ¡Los agricultores tienen hijos agricultores! ¡Los empresarios, por muy tonto que sea el hijo, también es empresario!

Creo que hay varios factores que influyen en esto. El primero: las quedadas de escritores no  suelen terminar con uno de ellos sacando la guitarra y recitando capítulos de su último libro. Nuestras reuniones suelen terminar con alguna queja compartida sobre lo mal que está el mundo literario. Además, los escritores no tenemos brillo, no solemos ser reconocidos por la calle, y, si alguien nos admira, suele hacerlo mientras lee nuestras páginas y en la intimidad de su mundo interior. Luego está el aspecto económico. Casi todos los escritores vivimos de algo más que de la literatura, es decir, tenemos nuestra profesión y restamos el tiempo de nuestra familia y amigos (y de descanso) para dedicarlo a escribir. Y el último, y quizás el más importante, es que uno no puede ser escritor con doce o quince años. A estas edades puedes empezar a jugar con las palabras pero para poder escribir algo que llegue a los demás es importante haber vivido primero. Uno puede ser actor o cantante desde pequeño, pero no puede ser un buen escritor, con lo que la escritura se convierte en una vocación tardía.

Los escritores solemos ser hijos de grandes lectores

Como consecuencia, los hijos de escritores no suelen ser escritores. Pero lo que sí que he detectado es que los escritores solemos ser hijos de grandes lectores. Los niños percibimos desde pequeños la parte emocional positiva de la lectura. Vemos a nuestros padres disfrutar y la literatura se alza en nuestras mentes como una especie de Gloria terrenal. Pero nuestros hijos con mucha probabilidad no serán escritores como nosotros, porque ellos han vivido la dureza del trabajo que hay tras el paraíso que queremos ofrecer a los demás. Y este esfuerzo raras veces compensa a nivel social, familiar o económico.

Reseñas y otros desvaríos literarios

Sobre el autor

Escritora, formadora y podcaster / Escribo novelas de misterio a cuatro manos con David Zaplana. Ganamos el Premio Literario de Amazon / Podcast "Un día de libros" / Vídeos sobre novela negra y policíaca en Zenda Libros / www.ballabrigazaplana.com / Instagram-Twitter-Facebook-TikTok: @BallabrigaAna