Pablo Neruda
Corría el año 1997 cuando Ana Orantes murió quemada viva por su marido y maltratador (precisamente hoy se cumplen 22 años de su asesinato), y fue entonces cuando en España se empezó a hablar sobre la violencia machista. En aquellos primeros años, la violencia machista se asociaba a las clases pobres o a gente sin cultura. Un señor refinado del barrio de Salamanca no agredía a su mujer, igualmente refinada. Sin embargo, con el tiempo nos hemos dado cuenta de que la violencia machista no entiende de clases sociales, ni de nivel cultural, ni de refinamiento.
A lo largo de los últimos años, nos hemos ido enterando de la existencia de maltratadores en todos los campos sociales y profesionales. Así tenemos maltratadores en el ámbito de la política, de la producción cinematográfica o de la pintura. Por supuesto, ellos, los agresores, nunca lo admiten. Cuando los condenan, aluden a que los jueces les tienen manía (argumentación pueril). Y ante la sociedad incluso indican que ellos siempre han sido unos señores y solo galanteaban (como hemos escuchado recientemente, minimizando así la importancia de sus acciones y su repercusión en la víctima, además de buscar la complicidad con determinados grupos sociales). Aunque la opción peor de todas, a mi juicio, es la de algunos que ni siquiera se plantean o plantearon la cuestión, porque no ha habido una sociedad o un juez que pusiera en tela de juicio su comportamiento.
En los últimos años se han destapado, o se han puesto sobre la mesa, los casos de varios escritores reconocidos de las letras hispanas, y que han sido violadores
Y aquí, en este espacio que hablo sobre literatura, llegamos a donde quería: a los escritores. Sí, en los últimos años se han destapado, o se han puesto sobre la mesa, los casos de varios escritores reconocidos de las letras hispanas, y que han sido violadores. El primer caso que quiero exponer es el de Pablo Neruda (1904-1973). Fue Laura Freixas a quien escuché hablar por primera vez sobre él. En 1974 se publicaron sus memorias tituladas «Confieso que he vivido». Por supuesto, en ese momento nadie hizo valoración alguna sobre un episodio en el que relataba cómo había violado a una sirvienta cuando él era diplomático en Ceilán. No hasta hace un año, cuando se propuso poner su nombre al Aeropuerto Internacional de Santiago de Chile. Grupos feministas lograron parar esta iniciativa, y finalmente el aeropuerto tomó el nombre recientemente de Arturo Merino Benítez (militar fundador de la Fuerza Aérea de Chile).
El segundo caso se ha destapado recientemente, y se refiere al protagonizado por el escritor mexicano Juan José Arreola (1918-2001), quien violó, dejó embarazada y abandonó (a ella y a su propio hijo) a la también escritora Elena Poniatowska (n. 1932). Esto no lo dejó escrito en sus memorias, ha sido la propia escritora quien, tras sesenta años de lo ocurrido decidió contarlo en su libro recién editado «El amante polaco». Ahora ha habido mucha repercusión mediática, pero no olvidemos que ya hubo una poetisa y pianista, Tita Valencia, que denunció a Arreola en 1976 por hechos similares.
Y esto pone sobre la mesa de nuevo la cuestión ética sobre qué hacemos con los textos de los autores inmorales: ¿es posible desvincular las cuestiones morales de la obra de un escritor? Hay quien opina que si desecháramos la obra de los escritores en función de su moralidad, nos quedaríamos sin textos que leer. También se dice que el talento está desvinculado de la integridad. En este asunto, como en la mayoría, no hay una máxima que seguir.
Esto pone sobre la mesa de nuevo la cuestión ética sobre qué hacemos con los textos de los autores inmorales
Si me enterara a posteriori de que el arquitecto de mi casa es un maltratador, no me afectaría tanto vivir en esa casa como si es un escritor el que ha maltratado, y yo me dispongo a leer su libro. ¿Por qué? Quizás porque, a través de los textos de un escritor, conecto con su mundo interior, con sus ideas, su ideología. Porque, ahora que sé que Neruda fue un misógino, maltratador y violador, sus versos «me gusta cuando callas porque estás como ausente» tienen para mí un sentido distinto e incómodo.