Ilustración de Gustave Dore para “Los cuentos de Perrault” (1862)
Los niños necesitan de los relatos para completar correctamente su proceso madurativo. Los cuentos les ayudan a comprender el mundo, a explorar sus miedos y, por supuesto, a entretenerse estimulando su imaginación. Pero, cuidado, hay que tomar algunas precauciones.
En los últimos años se están revisitado los cuentos clásicos, adaptándolos a la moralidad actual. Se ha eliminado de ellos la violencia y la muerte, se han cambiado el sexo de los personajes, y las moralejas se han edulcorado. Sin embargo, los cuentos clásicos forman parte de nuestra cultura popular, y considero que es una pena que nuestros niños no disfruten de estas historias. Pero hay que matizar. Me explico.
“La Cenicienta”, cuento mil veces criticado, es un cuento terrible, donde una pusilánime muchacha (que jamás debería ser ejemplo para nadie) deja pisotear su dignidad por parte de su madrastra (pobres madrastras) y por sus hijas envidiosas (al patriarcado siempre le ha interesado que las mujeres no fuéramos solidarias entre nosotras, no fuera a ser que se les desmontara el chiringuito), y tiene que venir un tipo al que acaba de conocer (que se ha enamorado de ella por lo hermosa que es y lo elegante que vestía) a salvarla mediante esa gran institución liberalizadora que es el matrimonio. Es decir, encontramos en un mismo cuento: consumismo, clasismo, insolidaridad entre mujeres, superficialidad, sexismo, matrimonio… En fin, un cúmulo de valores positivos. Entonces, ¿debemos eliminar “La Cenicienta” del catálogo de libros de nuestros hijos? ¡No! Por supuesto que no. Lo que hay que hacer es leer con ellos estos cuentos y, tras la lectura, debatir.
El origen de este “buenismo” literario infantil es que muchas veces los padres no queremos o no podemos hacer nuestro papel. Si dejamos a nuestros hijos que lean un libro sin nuestra supervisión y sin un análisis posterior, entonces necesitamos libros que sepamos que son absolutamente blancos y alineados con la moralidad recomendada, cual receta médica, por psicólogos y educadores. Pero si tenemos tiempo para dedicar a nuestros hijos, dejemos que se adentren en este universo plagado de criaturas malvadas, de machismo exacerbado, de indolencia…
Los cuentos clásicos incluyen grandes dosis de crueldad (véase “Caperucita Roja”, la original de Perrault, en la que niña y abuela mueren devoradas, o “La Sirenita” de Andersen, a la que seccionan la lengua y que acaba convertida en espuma de mar), pero también de aventuras y de ingenio (qué decir del “Gato con botas”, también de Perrault). Y estos elementos son importantes para el crecimiento del niño. A través de estos cuentos, experimenta el miedo y las amenazas de la vida real.
Los niños deben tener acceso a los cuentos clásicos porque forman parte de su tradición y cultura, porque les ayudan a entender cómo funciona el mundo, porque les permiten enfrentarse a sus propios miedos… Pero, eso sí, no debemos, como padres o educadores, dejarles solos en este proceso, porque ellos también necesitan de nosotros para aprender a reflexionar sobre lo que ven y lo que leen. Nuestra misión no termina con entregarles el libro sin más.
Ahora os hago dos recomendaciones. La editorial Juventud acaba de reeditar la versión de “Caperucita Roja” de Beatrix Potter (1866-1943), ilustrada por Helen Oxenbury (n.1938) que es una preciosidad. Y, por supuesto, cualquiera de los cuentos y novelas de Roald Dahl (1916-1990).