Hasta ahora se ha reflexionado, más o menos, además de sobre la erótica, propiamente dicha, sobre la erótica gastronómica, lúdica, del poder (¡dremiadelamorhermoso!), etc. Pero creo que nadie se había preguntado qué puñetas puede tener la erótica de la mierda para que sean tantos, tantos…, los que caen subyugados en ella.
Y ahí tenemos escándalo tras escándalo de… iba a decir de políticos pero no llegan a eso, se quedan, simplemente, en politilailos obnubilados por un poder que, a pesar de ser tremendamente efímero, ellos están convencidos de que será para siempre y que les otorgará la mayor inmunidad en cuantas empresas emprendan por muy untadas de mierda que estén. Y se permiten, entre ellos referirse a putas llamándolas guarrindongas
ignorando –quiero pensar bien- que el diccionario define como guarrada, guarrería o guarro: cosa sucia, asquerosa, porquería, acto contrario a la moral y persona que lo realiza. O sea… que para guarros, guarrísimos y guarrindongones, ellos. Ellos porque juegan con una doble moral, con un doble rasero, con la indecencia de permitirse llamar “guarrindongas” a mujeres que ejercen la prostitución, pero que, al contrario que ellos, no engañan a nadie, ni fingen ser honorabilísimas políticas entregadas a unos ciudadanos cada vez con mayores tragaderas.