Cuando tenga que irme
no quiero que tañan las campanas
un cantar de lúgubre armonía,
ni quiero miradas empañadas,
ni cantos mortuorios, ni féretro arrogante,
ni tristeza en mi velorio.
No quiero que una opaca cortina de ladrillos
sea el telón que cierre mi escenario.
Ni tampoco que la moscas y gusanos
tejan con mi carne escapularios.
No quiero la paz oscura de un sepulcro,
ni la cama mullida de la tierra.
No. No quiero nada de esa vaciedad
que la muerte tiene impuesta.
Ni flores en Noviembre,
ni velas en cuaresma… que después todo pasa;
pasa el llanto y la tristeza y los adornos,
y entonces… qué solos se quedan los muertos,
qué soledad tras las rejas.
No quiero que mi retrato
adorne una fría piedra
y que unos niños pregunten:
“¿Esa mujer fue la abuela?”
Yo quiero que me recuerden…
Como una mujer valiente
que fue rompiendo cadenas,
y que, al morir, una hoguera
pura como una patena
me aprisionó en sus entrañas
y me devolvió a la tierra.
Y mis cenizas volaron alto…lejos…
que me quedé, para siempre,
En esta bendita tierra.
Que duermo al rumor del viento ¡Libre!
Y libre ando las callejas
que me vieron en mi infancia.
Que no quise fría cama, ni cobertores de piedra,
ni el verdín de los sepulcros
adornando mis caderas.
Que quise tanto a
Y me aferré tanto a ella
que después de muerta sigo
habitando en sus praderas.