El cementerio no es más que un ala de cardiología ¿quién no tiene allí algún pedazo del corazón? De todas formas, nadie muere del todo mientras haya alguien que le recuerde. Sólo que, a veces, necesitamos olvidar para poder seguir viviendo, necesitamos sacudirnos el recuerdo de quienes amamos pero ya no pueden estar con nosotros, porque, si no, el dolor nos doblaría como a una rama cargada de frutos, y ese dolor por el ausente, por el perdido, es un fruto demasiado amargo, demasiado insoportable como para recrearse saboreándolo.
El cementerio podría ser o debiera ser, o quizá lo es, lo que nos iguala a todos, pero la estupidez humana no permite que sea así e insiste en levantar barreras para que ni la muerte empareje a los hombres o, mejor dicho, a los cadáveres: mientras que a unos los cubre la tierra, sin más, otros están cargados de mármoles -los pobres lo tienen más crudo para el día de la resurrección-; mientras que unos apenas tienen un nombre y una fecha, otros andan, increíblemente, cargados de “tétulos” nobiliarios y académicos; mientras unos apuntan el recuerdo de algún desconsolado ser querido, otros tienen una ristra de poemas ripiosos e insoportables…; de lo que se deduce que ni el arcano número trece (la muerte, para los que desconocen el tarot) es capaz de colocar en el mismo rasero a todos. Lo que escapa a muchos mortales es cómo tienen que pasárselo nuestros muertos cuando en las noches de luna llena caminen juntos sin que mármoles, o panteones, o basílicas, o catedrales, les separen, cómo tienen que reírse de la soberbia estulticia del ser humano.
A mí, cuando me toque largarme de este lado -al que adoro-, me gustaría hacerlo sin mucho ruido y con bastantes nueces, y, desde luego, nada de cobertores de piedra o telones de ladrillo; nada de gusanos o soledad de los muertos -que soy muy miedosa-; ni flores, ni tierra húmeda, que eso va muy mal para los huesos. Quiero el calor de una buena hoguera, como esas cargadas de magia de las noches de San Juan, y, como diría mi admirado Paco Quevedo, ser ceniza, pero tener sentido; ser polvo, más polvo enamorado.