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Ana María Tomás

Escribir es vivir

LA OTRA

Hace un mes aproximadamente escribí un artículo en mi columna de La Verdad, titulado “La otra” por el que recibí bastantes felicitaciones. Imaginé que podrían ser de mujeres que se sentían identificadas con las palabras que contenía, sin embargo, un amigo bloguero me pidió expresamente aquí que lo colgara. Y eso hago. Sin quitar ni poner una coma. Como dijo algún torero: Va por “uztedes”.

Durante dos años fue su peor pesadilla. Se la imaginaba muy hermosa, joven, inteligente, con un cuerpo maravilloso, triunfadora…, una diosa, en una palabra, porque solo podía ser una diosa la mujer que había podido ofuscar a su marido hasta el punto de liarse con ella a pesar de la impecable posición que el susodicho ostentaba, jugándose, incluso, su prestigio personal y profesional. Sus amigas le aconsejaban que lo dejara; un tipo (o una tipa) que engaña a su pareja no es de fiar y ella no se iba a quedar sola si le plantaba las maletas en la calle; tenía hijos que no le perdonarían a su padre este miserable engaño, tenía a su familia y tenía muchos amigos que la querían y no entenderían, de saberlo, cómo aguantaba aquella situación. Pero ella lo amaba sobre todas las cosas y sabía que él la quería, llevaban muchos años juntos, era la madre de sus hijos y, aunque ahora tuviera una “querida”, ella era el amor de su vida y si, momentáneamente, él lo había olvidado ella seguiría ahí para recordárselo. Por eso quizá aguantó. Aguantó, estoicamente, dos años en los que perdió la salud y casi pierde la vida olfateando y recopilando indicios de su rival. Indicios que se convirtieron en pruebas que apuntaban a una mujer de nula riqueza interior, soberbia, ruin, prepotente, inculta, de baja estofa, que se permitía enviarle sms a su amante ordenándole la forma en la que podía torturar psicológicamente a su mujer… Así que, con esos atributos, debía de ser bellísima. Aguanto porque, tal y como había oído muchas veces: “la puta y la lechuga, una temporada duran”.Y así fue: su marido terminó por cansarse de “la otra” y volvió a ella. Y lo hizo mucho más enamorado, quizá por aquello de “busque, compare…”. Después de dos años de encuentros furtivos en hoteles, coches, montes y veredas, se dio cuenta de que no merecía la pena seguir dejándose las ruedas de su coche en los caminos para tirarse a una mujer que estaba siéndole infiel a su propio marido, cuando en su casa tenía a la suya, que no solamente le era fiel a él, sino que aún le seguía esperando y amando. Y aquel hombre, poco a poco, volvió a ser el esposo enamorado y rendido que había sido e intentó recuperar, restañar y resarcir los dos años que había perdido emputecido con la otra. Empezó, así, una nueva vida para ambos, donde el amor, el auténtico amor, ese que todo lo perdona y olvida, era protagonista indiscutible.

Pero “la otra” seguía en su altar de divinidad para la legítima, hasta que un amigo, buen amigo y conocedor del tema, le puso en sus manos la información necesaria para que la conociera.

Pensó que cuando estuviera delante de “la diosa” de aquella mujer, a todas luces arpía, pero joven, bella, inteligente, brillante profesional, con un cuerpo de modelo, quizá no iba a encontrar las palabras para decirle cuanto daño le había hecho, pero que la perdonaba porque su marido la había elegido a ella y toda la belleza de “la otra” no le había servido para retenerle. Cuando la buscó en su trabajo, esperaba que la derivaran al despacho de la directora, pero no, la enviaron hasta el mismísimo quinto “conio” de aquella macroempresa. Al entrar a “su despacho”, al despacho de la brillante profesional, se quedó petrificada, era un minúsculo habitáculo con cinco mesas apretadas llenas de enredos y papeles. La buscó entre las cinco mujeres que allí había. Balbuceó su nombre y una mujer fea, terriblemente fea y narigona (tanto que sería capaz de parar con su nariz toda una lluvia de gafas), arrugada, pequeña y vieja, puesto que era mucho mayor que ella, levantó su cabeza y la miró. No era posible. Tenía que tratarse de un error. ¿Dónde estaba el “bellezón” que había sido la amante de su marido?. Cuando se encontró frente a frente con aquella mujer que había sido su pesadilla se dio cuenta de cuan vulnerable es un hombre que entra en la crisis de los 50. Aquella repugnante mujer había aprovechado el mal momento de su marido para, sin vergüenza ni pudor alguno pese a ser casada y madre de familia, meterse en su vida y transformarse en la princesa “Fiona” para que él la viera así y no viera el “ogro verde” que en realidad era. El alma se le cayó a los pies para rebotar inmediatamente hasta las más altas cumbres. Se sintió guapísima, joven, alta, esbelta, inteligente y brillante y solo pudo sentir por aquel malvado adefesio una pena inmensa. Por fin la princesa de sus pesadillas se había convertido en sapo … en lo que siempre fue.

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