Hace ya algunos años que más de uno anda acojonado con la historia de las profecías, los fines del mundo –para todos los (dis)gustos- y la supuesta futura y última revolución. Esa “temida” última revolución es, en realidad, una nueva y diferente revolución porque es interna y pertenece a la lucha interior de todos y cada uno de nosotros.
Creo que hay una nueva revolución en marcha, sí, la búsqueda de un camino en el cual nos reencontremos con nuestra esencia, con esa esencia energética y sanadora que tiene el Hombre, esa energía que yo quiero llamar amor -o Luz, como lo llamó Jesucristo-, y que los indios llaman Pranna; los chinos, Chi; los hawaianos, Maná; los alquimistas, Fluido Vital, etc. pero que, invariablemente del nombre que se le dé, es la energía vital de cualquier organismo vivo.
Y no, no es absurda toda esa cantidad ingente de “buscadores” de sanar el cuerpo y la mente con métodos “novedosos” aunque milenarios en culturas orientales. Cada vez hay más personas creyendo en el poder de la palabra, del pensamiento, de las emociones. Desafiando a la medicina tradicional en aras de terapias alternativas.
Sobre todo, después de comprobar los chanchullos y negocios de farmacéuticas, políticos y demás gente de “buen” vivir (lo de “buen” no va por la bondad, sino por aquello de útil y conveniente) con respecto a la temida gripe A.
El mundo está enfermo y nosotros enfermamos de prisas, de egoísmo, de ambiciones, de impudor, de estrés… e intentamos curarnos el alma, aunque por suerte cada vez menos, envenenándonos la sangre con fármacos que nos aturdan, nos den sueño, nos calmen y nos permitan evadirnos lo más posible de nuestras situaciones dolorosas.
Pero todos poseemos capacidad de transformación, aunque no todos los sepamos; todos podemos escuchar esa voz interior que, en lugar de eludir nuestros conflictos, nos los haga presentes y nos permita asumirlos, aceptarlos, tomar conciencia de nuestras limitaciones y, a la vez, de nuestras grandezas; enfocarnos en lo que queremos, por supuesto, descubrir antes qué es lo que queremos, y construir una nueva realidad.
Y para eso sirven todos los caminos que nos lleven a ese punto: fe, oración, meditación, yoga, respiración… amén de terapias como la homeopatía, flores de Bach, bioenergética, ayurveda, cámara kirlian, que permite observar el aura electromagnética de todo ser vivo y sus posibles fallos por enfermedad, y hasta la alquimia y sus elixires, que ya trabajó Paracelso, puestos al servicio del reencuentro del ser humano con su estado natural de salud.
Somos testigos de un conato de revolución y revelación que nos cambie la estructura mental y nos agite la escala de valores. En distintos puntos de Europa lo han comenzado a llamar Slow Food, y sus adeptos dan más valor a las cosas que no puede pagar el dinero, sobre todo a la salud (ya saben, pueden comprar medicinas pero no salud), al tiempo (pueden comprar relojes pero no tiempo), a las relaciones humanas (pueden comprar compañía pero no amor)… en definitiva, a lo inaprensible y a la calma para saborearlos.