Quiero dejar claro, antes de comenzar, que no soy nada pro-imágenes, que me siento mucho más cerca de Dios, a la hora de rezar, en mitad de un monte, en la playa, o, incluso, en una mezquita o sinagoga por aquello de la desnudez de imágenes. Cuando entro a una iglesia intento deslindar, a toda costa, cualesquiera de las imágenes que haya con lo que de devoción pueda sentir mi corazón. Lo cual no quiere decir que no aprecie el valor estético de una talla, que no respete el que haya personas que vean en esa imagen al mismísimo Dios o no reconozca que un Cristo pueda inspirar poemas tan hermosos como el “No me mueve mi Dios para quererte…” de Lope de Vega.
Y dicho esto y dejando claro que no soy nada sospechosa de arrimar el ascua a “mi sardina” diré que me parece increíble que alguien de la altura intelectual de un jurista o varios intenten actuar como analfabetos talibanes (recuérdese la destrucción de las milenarias estatuas de Buda en Afganistan), tal y como hacía referencia, hace unos días, en este mismo periódico el señor Mohamed Reda el Qady, secretario de
Y sí, pueden decirme que él o ellos no quieren destruirla, sólo desaparecerla ¿para qué? ¿para ponerla en algún museo? O sea, en un lugar en donde haya que pagar para verla. Entonces ¿qué sentido tienen todas esas obras de arte que ahora se colocan en plena calle para regocijo de conciudadanos?
Mira que si tuviera razón el sr. Manzón y hubiera que eliminar el arte religioso de la vista… La cantidad de trabajo que se nos vendría encima para poder quitar estatuas de apolos, afroditas, minervas, “zeuses” y ceres, empezando por
Mira que si tuviera razón… ¿qué iba a ocurrir con nuestras calles: san Antón, santa Eulalia, san Andrés, san antolín… san, san san… tendríamos que cambiarlos todos por sansinsonsobre…¡tras! Por supuesto, sin olvidar mandar a tomar viento la fiesta del Entierro de
Señores y “miembras”, que está muy bien que seamos un estado aconfesional, así sólo será “confesionante” quien de verdad lo desee, pero hay algo consustancial al ser humano y eso es su cultura. No se puede entender nuestra sociedad, nuestro arte, nuestras canciones (“Besos de Judas”, de Sabina, por ejemplo), nuestras costumbres, nuestros refranes, giros y máximas al margen de religión. Olvídense de hacer las cosas en un santiamén, de llorar como una magdalena o de lavarse las manos para cargar el muerto a otro.
Una pequeña historia sobre la “estrategia” habla de un padre que le escribe a su hijo, encarcelado por robo, una carta en la que se lamenta de su ausencia y de que sus fuerzas no le permiten labrar para plantar una nueva cosecha en su huerto. El hijo le contesta que mejor que no mueva la tierra del huerto porque es justo ahí donde enterró el dinero que robó. Casi al mismo tiempo que le viene la carta al padre, se presentan en su casa un montón de policías y excavan y remueven hasta el último palmo de tierra del huerto, sin encontrar nada. Poco después le llega otra carta del hijo que decía: “Papa, espero que tengas lo suficientemente removida la tierra como para que ya puedas plantar de nuevo. Es lo menos que podía hacer por ti”.
Yo quiero pensar que el señor Manzón, por alguna extraña estrategia que no alcanzo a comprender, haya querido rebuscar en el huerto de la notoriedad, porque no soy capaz de entender qué beneficio personal (salvo mucha fama… mala) o social puede alcanzar con semejante cruzada.
La verdad, manda huevos, mis “queridos” juristas, que con la cantidad de desastres que tenemos encima no se les ocurra otra cosa que meter el dedico en el ojo de creyentes y descreídos con una imagen… Pero hombre, si para los sabañones lo mejor es meterlo en caliente (y no sugiero nada) en lugar de en piedra.