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Ana María Tomás

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LA SONRISA DESCARÁ

Mucho ha llovido desde que doña Sara Montiel pregonara en su canción la “sonrisa descará” y la almidonada falda que lucía la florista de nardos por la calle de Alcalá. Supuestamente, hemos caminado en la dirección en donde el descaro de la sonrisa se ha extendido al de la vestimenta, de forma que podríamos ponernos lo que nos saliera de los mismísimos… pero… Como siempre y una vez más, parece ser que eso de ponerse lo que a uno le sale del armario queda reducido al ámbito masculino porque al de las más-culonas (que diría Aido), o sea, al de las chicas, nanay del Paragüay. No, no engañemos. Podemos pensar que somos libres para colocar sobre nuestros cuerpos el vestido que consideremos oportuno, cómodo o, simplemente, que nos guste porque realza nuestros hombros, nuestras caderas o cualesquiera de los innumerables y maravillosos atributos con los que nos ha bendecido la madre naturaleza o el cirujano de turno, y de los que nos sentimos orgullosas. Podemos pensarlo, claro, podemos engañarnos, claro, pero ese engaño duraría lo justo hasta que cuatro compañeros de trabajo, más salidos que el rabo de una sartén, se pasaran el tiempo del trabajo dedicando sus ojos a nuestras carnes en lugar de hacerlo a sus papeles. ¿Qué creen ustedes que haría un jefe inteligente? Yo pienso que cualquier cosa, como por ejemplo, meterle los dedos en los ojos a los empleados que pierden el tiempo, pero nada con quien teóricamente cumpla con su trabajo por muy ajustado que lleve el vestido.

Sin embargo, Brenda, una chica que trabajaba para un importante banco de EEUU, ha sido despedida por ser guapa y vestirse con ropa favorecedora, o sea, que intensifique sus encantos.

Nunca he entendido, ni, por supuesto, compartido la idea de tener que demostrar nuestra valía intelectual desatendiendo nuestro aspecto físico. Respeto a mujeres muy inteligentes que se dejan vestir por sus peores enemigos como si eso fuera condición indispensable para ser tenidas en cuenta culturalmente hablando pero, sinceramente, me parece innecesario y absurdo. Se puede ser un “peaso” de cerebro y, además, una mujer tremendamente seductora, sensual, atractiva y sabedora de cómo explotar esos encantos, y eso no la convierte en estúpida o ineficaz en su trabajo.

No se puede decir lo mismo de quienes utilizan la cabeza de entre las piernas mucho más que la de encima de los hombros. Dicen que Dios le dijo a Adán: “Tengo para ti una noticia buena y otra mala. La buena es que tendrás dos cerebros, la mala es que no tendrás sangre suficiente para regar los dos a la vez”. O sea, que cuando la sangre bombea el de abajo… la flagrante estupidez extiende sus dominios en el de arriba. Puedo entender que a los compañeros de Brenda se les fuera el santo al cielo cada vez que esta sexy mujer hiciera su aparición en la oficina, pero vamos que, tras los primeros momentos, bien podrían haberle puesto una soguita al santo y tirar de él para abajo. Pero, desde luego, lo que no consigo entender es la actitud del cochino machista del jefe: largarla a ella ¿a ella? ¿Por vestir ajustada…? ¿Por permitirse vestidos superfemeninos en lugar de ir con un saco? ¿Debería haberse puesto trajes masculinos?

Vale, es un tío como los imbéciles incapaces de concentrarse en su trabajo ante una mujer bonita, pero ¿por qué no toma medidas contra ellos? ¿por qué no les coloca unas orejeras como a los burros para que no puedan ver más que lo que tienen delante y les pone delante sólo y únicamente trabajo? Y, finalmente, ¿por qué no los despide a ellos?

Esto de la vestimenta en el trabajo tiene más agujeros que el queso gruyère, casi siempre en detrimento de la mujer, así que nos encontramos con jefecillos que obligan a sus trabajadoras a no llevar, debajo de la batita de uniforme, más que la ropa interior. Cosa que no les piden a los hombres. ¿Por qué una mujer debe vender gafas (caso real de una óptica en España) en sujetador, braga y bata, y un hombre no lo hace en calzoncillos? En calzoncillos y batiiiita, por supuesto. ¿Por qué las enfermeras de algunos hospitales no pueden vestir los cómodos pantalones que usan sus homólogos en lugar de ir con la faldita obligatoria para ellas? o ¿Por qué una mujer que decide ir a su trabajo con un vestido que enaltezca sus pechos es despedida sin más sólo porque los gilipollas de sus compañeros le miran las tetas? ¿Acaso no saben que las mujeres tenemos asumido que los hombres no nos miran a los ojos porque los tenemos un par de palmos más arriba de donde deberíamos tenerlos?

Y nos creemos, por este primer mundo, que hemos conquistado la igualdad… Claro que, como dijo Timothy Leary: “A las mujeres que pretenden ser iguales que los hombres les falta ambición”

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