Aunque parezca lo mismo vida perra que perra vida, la verdad es que nada tiene que ver una con otra. Mientras que en perra vida podríamos meter una buena serie de nefastas consecuencias sufridas por el común de los mortales en los avatares de la existencia; vida perra remite, instantáneamente, a la vida que llevan los chuchos y que no siempre es tan perra como se podría imaginar.
Dicen que hasta para ser perro hay que tener suerte y, desde luego, esa afirmación lleva su buena dosis de razón. Nada tiene que ver la vida perra de quien ha sido comprado como regalo de Navidad para unos nenes que no tiene pajolera idea de lo que es la responsabilidad de tener un ser vivo en casa, cada día más grande, con necesidades fisiológicas y… molestando tanto que las vacaciones de verano se programan sin él, claro está, después de dejarlo abandonado en una gasolinera en el quinto conio. Como decía, nada tiene que ver al caso anterior con el de otros perros cuyas dueñas están más sonadas que las maracas de Machín o, ¿por qué no decirlo?, más lúcidas que todos los lúcidos (sólo en algunos puntos) del mundo juntos, hasta el punto de descubrir que los perros son los únicos seres vivos incapaces de traicionarles, y con un amor por sus dueños a prueba de abandono y de palos. Lo digo porque, una vez más, una excéntrica “muchimillonaria” ha dejado su fortuna: enorrrme, brutal, desorbitada… a sus tres chuchos chiguaguas, frente a los que queda en total desventaja su único hijo que echa sapos y culebras contra los amigos de su mamá que, según él, la convencieron de semejante despropósito (dejarle a él un millón de dólares, que ya querrían muchos, frente a los veinticinco millones que les ha dejado a los perritos).
Han pasado algunos años ya, sin embargo no consigo borrar de mi mente la imagen de un bestia parda golpeando con un palo a su perro, un ejemplar de pastor alemán, mientras el pobre bicho, aullando, le tendía la pata. Era un perro tan grande que con sólo un mordisco en la yugular se hubiera cargado al hijoputa aquel. Sin embargo no se rebelaba contra su amo y soportaba día tras día unas palizas increíbles hasta que un vecino denunció los hechos. Y hace unas semanas salió una noticia de otro pobre perro que, abandonado a más de mil kms. de su casa por sus dueños, desanduvo toda la distancia para volver a encontrarse con quien, de nuevo, lo abandonó. Esta vez en una perrera.
En fin, que no voy a entrar en los miles de maravillosos y ejemplarizantes casos que tenemos sobre cómo quieren y tratan los perros a los humanos. Otra cosa es cómo lo hacen los humanos con ellos. Ahí sí que hay un amplio abanico de posibilidades y nos encontramos desde el trato más bárbaro hasta el más exquisito pasando por voladuras mentales como la de la susodicha millonaria que, para empezar me importa un pepino que haya desheredado al nenico en beneficio de los perros, ella sabrá las razones, seguramente los perros le proporcionaron el amor y la compañía que no le hizo su propio hijo, pero me parece una inmoralidad sin nombre que destine una casa valorada en siete millones de dólares más todos los millones de su fortuna en proporcionarles a tres chuchos masajes antiestrés y collares de brillantes.
Me supera… no soy capaz de digerir, de entender y, por tanto, de disculpar la cantidad de excentricidades que suelen acompañar, por lo general, a la gente que tiene mucho dinero. No soy capaz de concebir que se pueda vivir tan alejado de las cotidianas realidades dolorosísimas y colmadas de carencias de tantas y tantas personas a nuestro alrededor. No es necesario marcharse muy lejos para verlas, tan sólo hace falta abrir los ojos, los de la cara y los del alma, claro.
Ese mismo día que salió en la tele la cara de la rica y ridícula chiflada junto a un conato de perro (al pobre lo llevaba disfrazado de no se sabe qué cosa) saltó también la noticia del descubrimiento, en nuestro país, de una nueva red de prostitución de menores: niñas de quince años traídas desde Rumanía y obligadas a tener más de quince relaciones diarias con toda clase de tipos. Niñas de familias pobres, desestructuradas por falta de medios culturales, económicos, laborales… Niñas que podrían cambiar su vida por completo si alguien con dinero, en algún lugar del mundo, tuviera la decencia, la justicia, la humanidad de pensar en sus necesidades en lugar de hacerlo en la vaciedad superflua de unos chuchos que serían igual de felices con un collar de piedras preciosas o de piedras extraídas a un riñón.
Peor que saber que “Dios le da pan a quien no tiene dientes” es comprobar que también, en muchas ocasiones, le da dinero a quien no tiene cerebro para gestionarlo y corazón para aprovecharlo.