Tú fuiste la mano del salón
que, en el ángulo oscuro,
buscó la respuesta en las notas de mi arpa.
La voz que despierta en mi alma
los sones dormidos, la inquieta palabra
que hiberna callada
al final de la senda más larga.
Tú fuiste, también, mi joyero
que a golpe de amor
y cincel de caricias
desprendiste las capas de roca
que encerraban en prístino brillo
un caudal de palabra.
Tú labraste mi tierra,
de barbechos y piedras sembrada.
Y esparciste, confiado, en mi suelo
semillas de sueños, de amor y esperanza.
Tú allanaste el camino
y de alfombras doradas vestiste mis pasos.
Tú como ángel guardián me cuidaste
y velaste con celo mi sueño.
Tú a fuerza de amores
te hiciste mi dueño.
Y yo ya no sé volar si no es con tus alas,
ni soy melodía
ni no son tus manos las que hacen temblar
las cuerdas de mi alma.
No sé caminar, ni encuentro el camino,
si no vas delante guiando mis pasos…
que sólo tus pasos
marcan mi destino.