“El macho está hoy por hoy como acojonado, autorreprimido, no vaya a ser que le llaman machista”, esta es una de las muchas frases de la entrevista, sin desperdicio, que hace unos días le realizó Antonio Arco a Albert Boadella, hombre que si se caracteriza por algo es por no tener pelos en la lengua.
Hablaba él de lo que en más de una ocasión yo también he planteado y como yo cualesquiera que dediquen unos minutos al día a observar el rumbo del mundo.
No diré que semejante circunstancia me entristezca o me alegre, sino todo lo contrario. Bastantes siglos hemos llevado de soportar las mujeres el dominio del cavernícola como para venir ahora con paños calientes ante tal giro de péndulo. Y aun así, o quizá por eso por esa pérdida de lugar y el descoloque siguiente, tenemos en la actualidad el mayor número de mujeres muertas a manos de sus parejas. Al menos, el mayor número conocido hasta ahora. Y yo creo que real. La razón no es porque ahora los medios de comunicación lo publiciten, ni siquiera porque las mujeres denuncien por malos tratos a sus maridos, sino porque ahora las mujeres no aguantan toda una vida de palizas, ultrajes y humillaciones.
Seguía argumentando el señor Boadella que los hombres estaban “apagados”. Y yo digo que eso, junto con el hecho de pillarlos con el pie cambiado en cuanto a una revolución avanzativa de la mujer, en todos los campos, ha sido lo que ha podido empujar al hombre a situarse en ese terreno de nadie que hemos dado en llamar “metrosexualidad”. Los nuevos hombres, los metrosexuales, perfumados, suaves ellos, depilados hasta los mismísimos, descolocados, perdidos de sí mismos y a un pelo de rana de pasar la raya de la homosexualidad buscaban desesperadamente acortar distancias con una mujer que veían cada vez más lejos.
El problema, como siempre y una vez más, esta en la falta de aceptación tanto propia como ajena, en querer ser lo que no somos, perdiéndonos entre lo que somos realmente y lo que querríamos ser. Y, en esta búsqueda desesperada del hombre de parecer menos macho por aquello de la carga troglodita y retrógada que el mundo le anda escupiendo todo el día en la cara, lo único que consigue, en muchas ocasiones, es distanciar sus encuentros (que no sexuales, ojo) con
Lo único cierto de todo esto es que, con tanto señor suavito, tanto acojonado, autorreprimido, descolocado y tanta homosexualidad, los tipos George Clooney se están poniendo hasta las trancas de mujeres liberadas a las que les encantaría seguir los cinco pasos de la señora Sutherland con tal de tenerlos bajo su… liberación.