A lo largo de la semana, con impotencia y estupor, he seguido el ominoso asalto injustificado y brutal, por parte de Marruecos, al pueblo saharaui, mejor dicho, a una población de refugiados que mantenían una protesta pacífica. Más de 7.000 tiendas saqueadas, arrasadas, quemadas. Más de 20.000 seres humanos, muchos de ellos ancianos, mujeres y niños, dispersos, heridos, huyendo despavoridos para evitar ser torturados y asesinados como lo han sido un número que nadie puede precisar puesto que el muy “¡hermano!” y vecino gobierno de Marruecos impide que haya testigos que puedan observar y decir al mundo sus atrocidades y su infamia.
“Vivimos una auténtica guerra” era uno de los titulares de este periódico hace unos días. Palabras proferidas por alguien del Comité de Defensa del Derecho de Autodeterminación del Pueblo del Sáhara Occidental, sin embargo, nada más lejos. ¿Acaso puede llamarse guerra lo que hizo Hitler con el pueblo judío? O, sin ir más lejos, lo que hacen los propios judíos con los palestinos… No. Lo que ha hecho Marruecos con los saharauis puede llamarse de muchas maneras, pero no guerra.
Ha dicho la ministra Trinidad Jiménez que, ahora, “lo más importante es que se retomen las conversaciones de paz entre Marruecos y el Frente Polisario” pero yo me pregunto ¿qué se va a negociar ante tanto despropósito? Un hermosos poema de F. de Medrano dice: “¿Podrá olvidar su llaga un corzo herido/ del acertado hierro, cuando quiera/ huir medroso, con veloz carrera, las manos que la flecha han despedido? Pues eso ¿podrá olvidar este olvidado pueblo las heridas sistemáticas que unos y otros le han infligido? ¿Podrá borrar a sus muertos, olvidar a sus desaparecidos, arrinconar en la desmemoria los saqueos, las destrucciones, las torturas…? ¿Podrá olvidar el hierro que lleva en la herida? O, por el contrario, ¿se crecerán, se radicalizarán, se verán obligados a convertirán en monstruos de venganza…?
Son ya treinta y cinco años de abandono de unos y otros, y eso incluye los diferentes gobiernos y colores de España. ¿Tiene derecho nuestro Gobierno a pedir “contención” y “calma” a Marruecos cuando, al mismo tiempo, le está suministrando las armas con las que posiblemente hayan barrido más de una vida? ¿Algún derecho…? Cuando fuimos nosotros quienes los dejamos en sus manos…
Desde la impotencia, desde la distancia, Marisol y Juan, unos de los muchos padres adoptivos de niños saharauis, han estado viviendo esta semana con una angustia añadida al resto de todos nosotros. En sus mentes andaban estrellándose los recuerdos de esos chavales que han estado año tras año en sus casas, niños que les han venido enfermos, con infinidad de carencias y que, cada año, al volver de nuevo a su tierra, lo hacían más fuertes, más sanos e, indiscutiblemente, más enriquecidos en todos los aspectos. Me contaba Juan que jamás podría olvidar la cara de “sus nuevos hijos” al ver salir, por primera vez, agua de un grifo, o al percibir el milagro de una llave de la luz, o la expresión de asombro y maravilla al contemplar la portentosa inmensidad del mar. Me decía, también, que hace apenas unos años, sólo para la comarca del Noroeste de nuestra Región solían venir más de cincuenta niños, pero que últimamente apenas nadie quiere “complicarse” la vida. Él me hablaba de la famosa crisis, pero yo tengo mi propia teoría que poco tiene que ver con la crisis y mucho con el sentimiento de desbordamiento que tiene una gran parte de nuestra sociedad ante la ingente inmigración.
Qué será, en estos momentos, de tantos niños … a quienes les son negados los recursos más elementales mientras que le son suministrados y administrados odios crecientes.
Y ante tanta tropelía ¿qué respuesta está dando Europa o el resto del mundo a semejante matanza? Ninguna. Yo me esfuerzo cada día en afirmar con Rousseau que el “Hombre es bueno para el Hombre”. Pero cuando observo cómo, en lugares de conflicto donde no hay intereses vitales para el desarrollo de otros países, la importancia de la zona es cero porque las personas no cuentan… cuando veo la destrucción, la tortura, la masacre que el Hombre puede hacer con el Hombre…, como decía no recuerdo quién, no sólo quiero más a mi perro sino que, llegando más allá de la afirmación de Hobbes de que “El Hombre es un lobo para el Hombre”, me atrevería a decir que eso es un insulto para los animales, puesto que hasta los lobos tiene mejores entrañas que muchos de los que ensucian la palabra Hombre al incluirse en ella.