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Ana María Tomás

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AMOR SEGURO POR S. VALENTIN

Amor mío:

Me encanta que estés aquí. Ya sabes cómo me ha gustado siempre saber dóndes estabas, tus entradas, salidas… conocer a tus amigos, tus compañías… sobre todo las femeninas. Qué sí, que tú mucho decir que no pasaban de “capillitas, capillitas” y que yo siempre la catedral, pero, la verdad, las mujeres llevamos muy mal que haya otras mariposas alrededor de nuestra flor, aunque no dejemos de reconocer que, muchas veces, no pasa de ser un capullo y no en el sentido floral, precisamente. Me gusta. Me gusta que estés aquí. Me gusta hablar contigo y contarte las cosas que he hecho sin que parezca que es más importante el fútbol que ponen en la televisión… Por Dios… tanto fútbol con eso de tantos canales. Y tú, encima, que con tal de ver correr a un montón de tíos detrás de un balón, siempre te ha dado igual que fueran dos equipos de la cochinbamba o del chichinabo. ¿Sabes, amor…? He encargado un tarta de moka, tu preferida, para pasado mañana. Sí ya sé que nunca recuerdas nada, pero el lunes es san Valentín. Ahora parece que este santo tiene que ver algo con papanoel: tooodos los escaparates están llenos de cosas rojas, que si bombones, que si lencería, por cierto, me he comprado un conjunto de sujetador y braga de lo más chachi, rojo, claro. Y no por nada del Valentín, que menudo tostonazo dan para que compremos cosas, no, simplemente porque me ha gustado mucho… mucho. Ay, picaruelo, te crees que no me di cuenta de cómo mirabas a la vecinita mientras, la muy pelandrusca, recogía sus bragas del tendedero y te sonreía como invitándote, y su madre desde detrás que si buenos días, que a ver si le digo a tu mujer que vengáis a tomaros un café… ¡un café! ¡una mierda! Si ya lo decía mi abuela: “si no hubiera alcahuetas no habría putas”. Que sí, que sí, que no hace falta que me digas que no tuviste nada que ver con la nena, menuda nena, eso, más que una mujer es un brasero encendido todo el día, que te vi cuando salías de su casa y llevabas la culpa escrita en tu cara, pero no te lo dije, a fin de cuentas sería reconocerme una soberana cornuda, pero, como por suerte, los cuernos, si no tienes calcio suficiente, no terminan de romper nunca, pues es una ventaja porque así no se enteran tus amigas. Claro, siempre y cuando no pase lo que le pasó a la pobre de Pepita, qué bochornazo que se encontrara en el mismo hotel con la hermana de su marido, claro, cada una con su amante, pero las dos se dedicaron a quitarle la piel a la otra dando cuatro cuartos al pregonero. Qué poca discreción. ¿Ves? A mí jamás se me ocurriría desprestigiarte por muchas canitas al aire que anden por ahí. Te quiero tanto amor mío que, francamente, no creas que me importa que estés aquí. La verdad es que desde que sé que tu cuerpo está aquí, en este cementerio tan bonito, no imaginas lo bien que duermo cada noche sabiendo, por fin, dónde estás y quién te está comiendo. Bueno, mi amor, me voy que todavía tengo que pasar a darme un masaje exfoliante, quiero tener la piel preciosa cuando estrene ese conjunto tan tentador.


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