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Ana María Tomás

Escribir es vivir

MUTADISMO

Hace unos días tuve la oportunidad de visitar en el Palacio Consistorial de Cartagena una maravillosa y sorprendente Exposición de Pintura del artista Fernández Melero, visita que recomiendo encarecidamente a todos aquellos que puedan permitírselo.

Melero lleva una larga y reputada trayectoria en la que nunca ha dejado de buscar y experimentar novedosas técnicas para explorar su creatividad pero, con esta última Exposición, podríamos asegurar que ha echado los restos. El título bajo el que se enmarca dicha muestra, “Mutadismo”, no es en absoluto baladí. Como su propio nombre indica: mutar, cambiar, variar, transformar… La obra de Melero, por primera vez, no es algo estático en donde la única labor del espectador sea contemplarla, gustar de ella o pasar de largo. Aquí, como los cantos de sirenas, aunque sin buscar tu destrucción, sino todo lo contrario, las pinturas te llaman cuando pasan junto a ellas para que no seas un simple asistente, sino…, de alguna manera, un coautor, ya sé que puede parecer demasiado atrevida esta palabra, pero es que es así. Yo misma lo vi con mis propios ojos. El cuadro estaba allí, perfecto en su composición, brutal en su colorido como una explosión de magma y creatividad y, de pronto, el pintor, con apenas un toque, fue desmontando del marco cada una de las cuadrículas o elementos que lo componían, y fue dejándolas a los pies de una espectadora. Ella sonrió y fue tomando una por una aquellas cuadrículas, las miraba, las giraba sobre sus manos y volvía al cuadro para dejarlas, en un cuidado al alimón, donde le parecía más oportuno. Y aquí viene la gran pregunta ¿dónde puede parecerle más oportuno al espectador? Y la respuesta encierra lo realmente asombroso de la Exposición: Donde le dé la real gana. Porque lo que Melero llama Mutadismo, el profesor de la Universidad de Sevilla, Jacinto Choza, lo define como: “una pintura para hombres que, leyendo la partitura, pueden interpretarla según su estilo, para hombres que, además de espectadores, quieren ser “especta-actores”

No sé si a estas alturas habrá quedado claro que la Exposición se compone de una serie de cuadros, cada uno en una unidad plástica aislada y, a su vez, cada uno de esos cuadros está constituido por… llamémosles “mutas”, es decir, pequeñas cuadrículas que pueden cambiar de lugar, girar sobre sus lados, pero que tienen, a su vez, “su intrínseca verdad compositiva” -Choza dixit.

Obviamente, las composiciones pueden ser infinitas y todas ellas se deberán al gusto y al ánimo del especta-actor, pero no sólo eso porque, además, la unidad temática de cada obra puede romperse haciendo llegar mutas de unos cuadros a otros. Me encanta la definición de Choza: “Es como un alfabeto que permite una nueva concepción de pintura”. Es decir, finalmente el poseedor de la obra es el que la reinterpreta y la adapta a sí mismo. Como los poemas, que, una vez lanzados al papel, dejan de pertenecer al autor para que sea el lector el que los llene de contenido, el que haga su propia interpretación, el que le encuentre, según su estado de ánimo, una luz distinta, pues, de igual modo, la pintura de Melero, sobre todo esta mutante, constituye un arte vivo que no deja indiferente a nadie, incluso a quienes no terminen de entenderlo, que seguro que los hay. De todos modos, la belleza no está para comprenderla, sino para disfrutar de ella.

Melero, con su vuelta de tuerca, como ya hicieran hace años Kandinsky, Malevitch, Pollock… y tantos otros, nos sacude las propias energías creativas que todos llevamos, más o menos ocultas, y nos hace dar un paso al frente para incorporarnos, aunque sea por breves momentos, al universo de los creadores.

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