Es muy duro comprobar cómo el amor puede llegar a convertirse en un odio exacerbado que sólo proporcione un poco de calma y placer cuando se ve al otro miembro de la pareja sufrir hasta el límite de sus fuerzas. Es triste evidenciar cómo la pareja que se rompe obliga a los amigos a tomar posiciones, a colocarse “o conmigo o contra mí” porque ninguno de los dos deja otra opción. ¿Quién se lleva a qué amigos, familia, bienes, posesiones, pertenencias… objetos incalificables… regalos… y lo más valioso de todo: los hijos? Personitas que se convierten en armas arrojadizas para herir, en lo profundo, al padre o a la madre. Pero, también ¿quién carga con las responsabilidades, los gastos multiplicados, la manutención de los hijos, los pagos de hipotecas, préstamos, compromisos adquiridos…?
Esta semana nos amanecía la noticia de que “El alto tribunal considera que la vivienda familiar constituye una deuda de la sociedad de gananciales y no una carga del matrimonio”, o sea, que el Tribunal Supremo ha dictaminado que los divorciados pagarán a medias la hipoteca. Con esto podría pasar como con el chiste de esa mujer que habla con una amiga y le cuenta la suerte diferente de sus hijos, puesto que mientras su hija ha dado con un hombre maravilloso que le lleva el desayuno a la cama, le regala flores y, después de una dura jornada de trabajo, hace todas las tareas domésticas y cuida de los niños. Su pobre hijo ha dado con una arpía que le hace, después de trabajar todo el día, que realice las tareas domésticas, que cuide de los niños y, encima, que le lleve el desayuno a la cama. O sea, que esta sentencia se puede mirar según sea el feriante y cómo le vaya en la feria. A mí, las generalidades me parecen una barbaridad, una solemne y disparatada temeridad.
Quién no conoce casos -los hay a montones- de padres que se separan y se olvidan absolutamente de sus hijos, muchas veces en beneficio de los hijos de las nuevas parejas a quienes, con tal de ganarse su cariño, les compran lo que pidan por sus boquitas, mientras que los hijos propios padecen verdaderas carencias puesto que las madres, no lo olvidemos, suelen poner en segundo plano su ascenso laboral en aras de poder atender más y mejor a sus hijos y a sus maridos. Muchos hombres tienen la oportunidad de ascender en sus puestos de trabajo porque sus mujeres se responsabilizan del compromiso familiar de los dos. ¿Qué ocurre pues…? Pues que, por regla general, las mujeres suelen ganar bastante, pero bastante menos dinero, que muchos de sus maridos y, sin embargo, una vez separadas, se siguen haciendo cargo de sus hijos solas porque ellos, muchos de ellos, no les pasan ni un duro de pensión. Quienes tienen profesiones incontroladas, es decir, sin una nómina fehaciente, alegan que no ganan ni para mantenerse y que no pueden pasar nada, y los que tienen nómina, pero no voluntad, ni alegan ni pagan. Y ahí tenemos a infinidad de silenciosas madres corajes que se matan a limpiar escaleras, o casas, o que trabajan durante la semana en un trabajo por el que cobran ochocientos o mil euros haciendo frente a comidas, ropas, libros… y sufriendo porque no pueden darles a sus hijos el capricho de alguna maquinita de juegos o quizá una excursión extra.
Por supuesto, no voy a negar que también hay hombres que cobran igual o menos que sus mujeres y ahí sí sería justo que ambos se hicieran cargo de los pagos. Como sería justo que se persiguiera a los padres que no se hacen responsables de sus hijos sólo porque ya no están con ellos. Puedo entender que resulte complicado emitir sentencias contradictorias en unos u otros casos, pero es que, al igual que no hay enfermedades, sino enfermos y cada uno precisa de un cuidado personal, no existen divorcios, sino divorciados. ¿Es tan difícil de entender eso para nuestros legisladores?