Ignoro si la propuesta de la Consejería de Economía y Hacienda, sobre la modificación de la Ley del Juego, es tan sólo un globo sonda para pulsar el ánimo y la aceptación del personal afín al tema o es, realmente, una idea en firme para llevar a cabo. Al parecer, pretende aumentar de 240 a 6000 euros (seis mil, no seiscientos) el premio que dan las máquinas tragaperras, al conectar a éstas entre sí, tanto en un mismo local como en diferentes. Lo que incitaría mucho más a jugar y a caer en esta adicción.
Si se trata de la primera opción, creo que la respuesta ha sido rápida y que no deja lugar a dudas: es un disparate, un desatino, por llamar desatinados a sus autores en lugar de otra cosa. Lo dicen los familiares de los enfermos dependientes de una máquina tragaperras, tanto como aquellos otros a los que les va la vida si se desconectan de esas otras máquinas hospitalarias que los mantienen unidos a ella. Lo dicen quienes han atravesado el infierno más terrible y humillante del juego y han logrado salir de él. Es un despropósito, “una bomba de relojería” en palabras de ellos. Y lo digo yo.
Hace algunos años, a través de Francisco Pizcueta, Presidente de la Asociación de Jugadores Rehabilitados, tuve la ocasión de conocer de cerca la realidad tan absolutamente terrible de los enfermos ludópatas, pero no sólo de ellos, también de sus familias. Familias que, pese a las continuas mentiras, los incesantes robos del dinero para gastos ineludibles o leche de bebés recién nacidos o para la pura y dura subsistencia, las perennes trifulcas y decepciones… seguían amando a esos familiares enfermos y confiando en que les dejarían prestarles la ayuda necesaria para salir de esa tortura. Y tuve la ocasión de conocer a ludópatas, hombres y mujeres que vendían cuanto cayera en sus manos para jugarse hasta la última peseta y que no dudaban en venderse hasta a sí mismos, en prostituirse de la manera más abyecta y humillante por un simple cartón de bingo. Amas de casa que salían a primera hora de la mañana con el carro de la compra y unas pocas pesetas (de las de entonces) y que entraban al primer bar o al primer bingo que se encontraban y que volvían a su casa sin compra, sin dinero, sin dignidad y con alguna paliza que les habría dado el individuo, de turno, más despreciable del mundo a cambio a cien pesetas, como todos sabemos, algo menos de un euro.
Cuando se acerca una a este averno descarnado, o se vive en carne propia la perdida de la dignidad, del trabajo, de la familia… cuando se ve que el juego te ha convertido en un guiñapo humano… o cuando ves a alguien que amas con todas tus fuerzas aniquilado por el juego es cuando entiendes lo terrible, lo decididamente aterrador de la ludopatía. Pero también deberían verlo las autoridades que tanto se preocupan de que no fumemos porque es malo para nuestra salud, o de que no corramos con los coches porque podemos morir. Les aseguro a nuestros políticos que la muerte física no es nada comparable con la muerte del alma, con la muerte de la esperanza, con la muerte en vida que supone vivir bajo el dominio de la ludopatía.
Sé que me pueden decir que la Consejería sacó, hace años, un impreso para autoprohibirse la entrada a estos antros. Esa autoprohibición se puede llevar a cabo en los casinos, puesto que disponen de medios, pero no en los salones de máquinas donde no hay control alguno de quien entra o de quien sale, incluidos chavales que ya conocen en carne propia la impotencia de no poder resistirse a su reclamo. Entren, entren ustedes en www.ludopatia.org y dediquen unos minutos a leer las angustias de los enfermos ludópatas: hombres, mujeres y chicos jovencísimos que ya comienzan a robar a sus padres para jugarse el dinero. Infórmense del profundo abismo en el que caen los jugadores; sepan que para los jugadores más patológicos les reservan máquinas escondidas (supuestamente no existen, pero les aseguro que sí existen) en las que pueden ganar 10.000 euros y ¡pásmense! hasta 60.000, por supuesto, de igual manera pueden perderlos; conozcan como venden su alma a diablos o prestamistas (siempre a las puertas de lugares de juego) con un interés semanal del 10%, ¡se-ma-nal!… Y entérense de que por mucho dinero que pueda entrar a las arcas de esta Región a través de éste sistema, ese dinero, como las treinta monedas que cobró Judas, vienen bajo el mismo epígrafe: la traición a quienes dejamos bajo un destino adverso muy difícil de escapar de él, tanto… que hay que pasar por la cruz y la muerte antes de poder volver a ver la luz.
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