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Ana María Tomás

Escribir es vivir

TRATEN OTROS DEL GOBIERNO

Ya lo decía el insigne D. Luis de Góngora y Argote, hace unos cuantos años: que fuesen otros quienes tratasen del gobierno, del mundo y de sus marranerías… bueno, no era eso exactamente, pero como si lo “siriese”, mientras le calentaran sus días pan y una buena morcilla reventona en las brasas. La satírica cancioncilla que hacía referencia a las bondades del vivir sencillo parece que poco tiene que ver cuando alguno de los sencillos moradores de ese vivir asciende a puestos relevantes. Patidifusa me quedé hace unos días cuando me enteré que una “señora” -la llamaremos así, de entrada, por aquello de no darle vicio al demonio– ministra de la India, una mujer nacida y criada en la pobreza, tiene nueve cocineros para ella solita, dos que le cocinan, cinco que supervisan (casi na la supervisión, eso se llama un trabajo bien mirado) y otros dos para que prueben la comida por si se la han envenenado (imagino que no será por falta de ganas). Bien, pues Mayawati, que ese es su nombre, se ha gastado, nada más y nada menos, que mil millones de dólares en estatuas gigantescas de sí misma pretendiendo, además, la creación de un cuerpo de policía sólo para que les proteja sus figuritas. Pero no queda ahí la cosa, porque, además, ha tenido la desfachatez de enviar, desde Uttar Pradesh (el estado indio desde donde tiraniza a su pueblo) hasta Bombay un jet privado para que le recogiesen un par de sandalias. La japuta –vayámosla nombrando ya como se merece- no tiene límites a la hora de derrochar en un país en el que hay 200.000.000, sí, ¡doscientos millones! de personas hambrientas. Y no será por falta de recursos, como también los hay en el resto del mundo. Recursos suficientes para que no haya un solo hambriento. Decía, hace unas semanas, un estudio en el XLSemanal, que el mundo produce comida para unos  doce mil millones de personas y somos siete mil millones en este hermosísimo y mal repartido planeta. Daba, también, unos datos turbadores al asegurar que la sequía de Somalia se predijo científicamente con diez meses de antelación y que paliar la emergencia humanitaria costaba diez veces menos que el rescate de cualquier entidad bancaria. ¿Cómo se les queda el cuerpo y el corazón y el alma…?

Somalia no es Libia, allí no hay intereses para que actúen las potencias mundiales, allí sólo hay seres humanos, bastante menos valiosos que unos cuantos litros de petróleo, ni siquiera Siria es Libia… y ahí tenemos a Bachar el Asad cometiendo toda clase de tropelías contra su pueblo sin que el mundo se despeine.

¿Cómo? Yo me pregunto cómo es posible que puedan permanecer en puestos  dirigentes canallas sin entrañas, megalómanos enfermos, soberbios hijos de puta que viven en una opulencia obscena e incomprensible mientras sus pueblos, sus propias gentes mueren por carecer de lo más básico. Les aseguro que viendo gentuza de esa calaña me entran ganas de repetir la frase de Mafalda: “Paren el mundo que quiero bajarme de él”

Ya sé que son muchas las ocasiones en las que “el hombre es un lobo para el hombre” pero también sé que cuantas veces he perdido la fe en el género humano tantas veces he vuelto a recobrarla por otros tantos actos de generosidad. Si hace unos días se me salía el alma de la esperanza a causa de la Mayawati de los tegumentos, ver, ese mismo día, las imágenes de los héroes de Fukushima, que han sido reconocidos con el galardón “Príncipe de Asturias a la Concordia”, verlos, decía, en unas imágenes de archivo, entrando a la muerte, como nuevos samuráis, generosos, valientes y, sobre todo, anónimos para evitarle al mundo una catástrofe nuclear a costa de sus vidas, me reconcilia con la humanidad.

¿Por qué no habrá más héroes repartidos por el mundo…? Aunque, como decía Pérez Reverte hace poco, quizá me esté tomando una cerveza con uno a mi lado… Y no lo sepa. Por favor, señores héroes, identifíquense… lo necesitamos.

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