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Ana María Tomás

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EL ASESINO SÍ TIENE QUIEN LE ESCRIBA

 

 

Acabo de enterarme que la actual novia de Carcaño -uno de los asesinos confesos de Marta del Castillo- es alguien que le escribió cartas y cartas de admiración y de amor a la cárcel, al parecer, rendida por la belleza del tipejo. Lo peor de todo no es que se trate de una excepción a la regla más elemental del sentido común, sino que han sido muchas más las jovencitas que le confesaban el deslumbramiento por sus huesos y sus buenos augurios si decidiera, una vez salido de la cárcel, dedicar sus carnes a ser modelo de ropa interior. ¡Toooooma, moreno!

 

 

 

Les soy completamente sincera si les digo que siempre me ha costado entender ese tipo de histeria que muestran muchas jovencitas ante sus ídolos: musicales, cinematográficos, deportivos, etc. -desde luego, científicos, pocos-. Personalmente he preferido comprarme el disco de mi cantante favorito y escucharlo “en directo” del equipo a mi oído cuantas veces me ha dado la gana, antes que verlo directamente (una sola vez) entre pisotones, codazos y olores humanos. Quizá, porque en el fondo, tenía miedo de que el encuentro personal rompiese ese hechizo mágico que se crea entre admirador y admirado. Pero, vamos, que mis preferencias son mías y las demás, pues eso, de los demás. Y tanto unas como otras son respetables. Hasta ahí. Pero que estos ojos que se ha de comer la tierra tengan que leer en la prensa que alguien como Carcaño, que ha demostrado con tiempo y paciencia, que es, además de un asesino, un ser abyecto y un miserable, esté recibiendo cartas de admiradoras… es que me parece de juzgado de guardia como poco. Vamos, que para los psicólogos que quieran doctorarse y dudan sobre el tema de la tesis lo tienen cantado, y no me refiero al estudio de nuestro Mrs. Hyde, sino al de la troupe de descerebradas, zánganas, tediosas y terroríficas admiradoras del no menos terrorífico “Chicoguapo”.

 

 

 

Puedo entender que necesitamos creer en seres fantásticos para poder sobrevivir: seres buenos como hadas, duendes o gnomos que puedan mantenernos abierta una puerta a un mundo maravillosos e imaginario, o un camino de esperanza cuando todo parece cerrarse ante nosotros; o seres malvados como vampiros y brujas que nos permiten mantenernos en guardia -ojo avizor- para evitar sucumbir al peligro de creer que todo en la vida es bueno, al mismo tiempo que nos permite cuidarnos de resbalar al mundo de las pesadillas. Pero de ahí a escribir cartas de admiración a la bruja de Blancanieves o al chupasangre de Pennsylvania va un abismo.

 

 

 

Tengo una amiga que le insiste a su hija en que, una vez que termine la carrera de filología, se dedique a la fontanería que es un campo en donde además de no faltarle trabajo puede hacerse de oro, pero yo vuelvo a lo mismo: la profesión del futuro es la de “fontanero de las goteras del cerebro”. Porque no me negarán que hay como una especie de anulación  de cordura y de valores; no es que estos hayan cambiado, es que, en determinados sectores, han desaparecido y su lugar lo ocupa la incolora, inodora e insípida vaciedad de la nada más peligrosa. Menos mal que la esperanza del mundo está en otros tantos jóvenes que, sin tanto ruido, llevan cargadas sus alforjas de valía, de bondad y de generosidad.

 

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