No me extraña que, con la que está cayendo, Patricia Reggiani, viuda de Maurizio Gucci -viuda porque le dio matarile al marido por adornarle la frente con una buena cornamenta- prefiera seguir cumpliendo los veintiséis años de condena -lleva más de catorce- en la cárcel de San Vittore en Milán a trabajar en un restaurante o un gimnasio. Ella alega que no ha trabajado nunca y que, por otra parte, sus gastos se han reducido considerablemente. Hace unos años solía gastar 10.000 euros mensuales en flores, mientras que ahora prefiere cultivarlas ella misma en un par de macetas -dado el espacio de su celda le sobran tiestos y flores-, pero a lo que iba: con lo mal que está el trabajo, es muy generoso, de su parte, que decida brindar esa oportunidad a quienes no tengan la sopa boba asegurada como la tiene ella. Total, seguiría durmiendo en la cárcel, con las mismas enemigas que le colgaron a su mascota del hierro de la litera y, encima, tendría que pringar durante ocho horas. Eso sí que es para indignarse.
La mujer de los ojos violeta -como Liz Taylor- no estaba nada de acuerdo con los 650.000 euros de pensión que le quedaban por la separación, según ella “un plato de lentejas” (por favor que me digan dónde cultivan esa especie) y decidió ir por el menú completo aunque eso entrañara cargarse al marido, total: un mujeriego tiene, proporcionalmente, tantas mujeres contentas como hombres disgustados. Y búsquele usted la punta. Pero la punta estuvo en la lengua de la intermediaria entre los sicarios y la madonna. Y es que hay cosas que es mejor hacerlas que mandarlas.
Dicen que se casó en contra de la voluntad de su suegro. No me extraña que le diera mala espina al buen hombre nada más verla. Imagino que no se “vendería” exactamente como una muchacha hacendosa. El trabajo para quien lo trabaje, ha debido pensar toda su vida y, si no la ha hincado de joven… trabajitos a ella, vamos.
Su abogado defensor -esto de los abogados defensores de criminales tiene guasa…- alegó que no estaba bien de la cabeza a causa de una operación. Hay que ver…, a todos los que se les va la olla no les da por imitar a Teresa de Calcuta sino por joderle la vida a alguien. Aunque, en esto de los cuernos, dicen que unas historias acaban bien, aunque alguien acabe en la cárcel, y otras que son perdonadas por los cornamentados.
La viuda de Gucci no quiere trabajar y el primer ministro de su país, Silvio Berlusconi, no quiere dejar de hacerlo y da, una y otra vez, largas a su esperada dimisión. Parecen, una y otro, algo opuesto, sin embargo, los dos buscan la misma cosa: seguir conservando su “seguridad”, su presunta inmunidad que, hasta ahora, los ha salvado a los dos de enfrentarse a lo que, en realidad, son.
Ah, y por cierto… si alguien sabe algo sobre el título de este artículo que lo explique de una puñetera vez y no sigan tomándonos el pelo.